Dana vitoreó y, poco a poco, los integrantes
del equipo se unieron en un abrazo de aquellos que, según la chica, sólo se
daban después de ganar un partido. Si bien el equipo contrario no había jugado
de forma especialmente habilidosa, un tres a cero siempre era motivo de
celebración.
Los chicos parecían cansados, pero ella se
sentía con más energía que nunca. Después de soltarse de su grupo, se dirigió
hacia la chica nova, Carol, aun con la adrenalina en la sangre.
—¿Me viste? —preguntó, su voz falta de aire.
La pequeña asintió, y eso fue todo lo que
necesitó para estrujarla contra ella, sin recordar todas aquellas veces que las
chicas la habían apartado, diciendo que “les daba asco que estuviese
transpirada”. Quizá era porque no se animaba, quizá era porque era diferente (y
Dana nunca se enteraría de cuál de las dos era) pero la víctima del agarre no
se quejó de nada e incluso la rodeo un poco con uno de sus brazos, su toque tan
suave que la rubia ni lo sintió. Bien
hecho murmuró la pelirroja, y eso sí que lo escuchó.
—Esto amerita una celebración —propuso la
rubia una vez que todos se hubieron reunido y recuperado del juego—. ¡A quien
le parezca bien una fiestita en mi casa que diga “yo”!
La respuesta fue la esperada: un yo a coro conformado por voces pequeñas,
como la de Carol y Lau, y otras muy notorias, como la de Dami y la misma Dan.
Dana entonces se encargó, como toda la líder
que era, de repartir tareas: cada chico se encargaría de llevar algo para
compartir, ya que se decidió que primero deberían pasar por los respectivos
hogares, en parte para darse una buena ducha. Sólo Carol estaba excluída de
esto, y cuando Bruno le preguntó por qué, ella respondió que porque las damas bonitas como ella tienen
privilegio.
Debido a la organización de las casas en esas
pocas cuadras que todos ocupaban, la última parada fue la casa de Dana. En ella
entraron juntos ella con su hermano y su amiga. Advertida por Bruno de que
tuviera el cuidado de que sus hermanos no espantaran a la recientemente
llegada, los dos pertenecientes a la casa se arreglaron para hacer el trayecto
a la habitación de la chica lo más silenciosamente posible.
El plan sirvió, por suerte, pero la rubia no
estaba segura de cuánto podían tardar los pequeños en notar su presencia e ir a
buscarla. Ella era una persona espontánea, así que pensó en dejarlo para cuando
pasase.
—¡Estoy tan felíz! —aulló Dana al abrazar a
Carol en cuanto su hermano, que iba detrás de todo, cerró la puerta. El tono de
voz se debía en parte al hecho de haber estado callada durante un rato, cossa
que hacía que la energía se le acumulase.
A pesar de que solía decir mucho más en voz
alta (como que la emocionaba de sobremanera que fuese la primera vez en su vida
que una chica no perteneciente a la familia estuviese en su habitación, o que
una de las razones por las que había pensado en la fiesta había sido para
presentar su casa a la pelirroja), y que en otra situación las hubiese dicho a
los cuatro vientos, no hizo más que aquella pequeña declaración; no quería
asustar a nadie.
Luego de soltarla, le dio un mini-tour
alrededor del cuarto aprovechando que su hermano se había ido a bañar, en el
cual incluyó hasta la mínima explicación de por qué el empapelado era amarillo
y no de otro color, o la historia de cómo había conseguido cada libro, o había
sacado cada foto.
—¿Te gusta la fotografía? —había preguntado
la petisa, con aquella expresión curiosa en los ojos cielos que a Dana le
parecía tan dulce.
—Síp —había asentido ella con mucho orgullo—,
desde siempre. Mi cámara es un poco vieja, y no me haría mal cambiarla, pero me
las arreglo. Pero una pasión es una pasión, aunque no sea tan grande como la
que siento por el fútbol.
La cámara de Dan debía de tener, sin duda,
unos seis o siete años. Era digital, pero de las primeras, y Caroline se tuvo
que preguntar cómo sacaba fotos así de bellas con una cámara así.
Fuese casualidad o no, Matías entró en la
habitación apenas su hermana hubo terminado su recorrido. Dana era demasiado
ingenua como para notarlo, pero en ese momento, los ojos de su hermano y los de
su invitada se buscaron y encontraron, como si se compartiesen un secreto.
—¡Voy yo! —fue lo primero que exclamó la
rubia en cuanto lo vio entrar y, luego de tomar un par de prendas al azar,
salió de la habitación, dejando al par de enamorados por su cuenta.
Vale, tengo mucho sin pasar por tu blog, pero como siempre me dejas maravillada ante lo que escribes :').....Un beso, saludos y bueno, prometo subir pronto capítulo de algo, si me recuerdas no? JAJA....Saludos :)
ResponderEliminarMe encanta!!
ResponderEliminarSube el sigiente capitulo suanto antes porfi!! :)