lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 5 - Dana

—¿Y qué tal si vienen al partido el Sábado? —sugirió Dana a los nuevos durante el almuerzo, mientras se llevaba a la boca un sándwich de gran dimensión.
Joaco y Carol estaban sorprendidos, aunque sólo el primero se animó a hablar.
—¿A qué juegan? —preguntó el chico, curioso y con aquella sonrisa que Dan contagiaba a todo el mundo.
—Al fútbol 5 —contestó ella alegremente, y el brillo en sus ojos daba a entender lo muy ansiosa que la ponía pensar en practicar aquel deporte.
—Dana es nuestra pívot —explicó Bru, quien estaba sentado en el pasto, al lado de su mejor amiga. La chica a su lado sacó pecho al escucharse mencionar, orgullosa—. Como es el puesto que necesita más movimiento, y ella tiene tanta energía —y se encogió de hombros mientras sonreía—. Aparte, es la mandona del grupo, así que no nos quedó otra que ponerla de capitana.
—Quién dice —soltó la mencionada, imitando una voz de enojo—, el arquero. Si estás atrás por algo será —canturreó mientras lo codeaba, y él la empujaba para sacársela de encima, riendo.
Trevor, que había estado a un lado, parecía querer decir algo, notó Matías. Así que lo miró con su mejor sonrisa y le dedicó un ¿Pasa algo? con aquella voz tan calma y tan suya.
El morocho pareció dudar un segundo antes de contestarle.
—Soy muy buen wing derecho —dejó escapar al fin, casi refunfuñando.
A pesar de que Dana no captaba indirectas, la frase le provocó la idea que en realidad el muchacho había querido transmitir.
—¿Y no querés jugar para nosotros el sábado? —se emocionó ella, con ganas de sobra de comprobar las habilidades del nuevo inquilino del barrio.
El nuevo mantuvo el ceño fruncido, pero acabó por asentir ante la mirada fija de Dana.
Bruno no tardó en saltar.
—Yo le dejo mi puesto —declaró en seguida, felíz de poder saltearse un partido que otro de vez en cuanto.
—No, Bru —lo cortó su amiga, sabiendo a lo que quería llegar—, vos sos arquero, y lo que necesitamos es un espacio para un wing.
Dana, pudieron observar con asombro aquellos que no la conocían, parecía inusualmente seria al retar a Bruno.
—Dejalo, Dan —dijo su hermano, haciéndole un gesto—, a mí de arquero también me va bien.
Dana lo pensó por un rato, pero enseguida se convenció.
—Está bien —afirmó enérgicamente—, si igual Bru Bru no ataja una —burló a su mejor amigo.
—Decí lo quieras —sonrió el aludido—, yo felíz de salvarme.
El trato quedó sellado cuando la chica le ofreció la mano a Trevor, quien la tomó con recelo, y la situación empeoró un poco mas cuando ella le sacudió la mano con cierta fuerza.

Fue el sábado a la mañana que Dana se levantó con ganas de donde se había quedado dormida: en el suelo de la habitación de Bruno. Era la rutina quedarse a dormir en la casa de su vecino los viernes, y más que común era que se quedaran dormidos en medio de una actividad, ya fuese leyendo o jugando videojuegos.
La muchacha abrió su mochila (amarilla y llena de parches de colores, puestos sólo por decoración), y sacó de allí su equipo de fútbol: una remera manga corta y unas bermudas, ambas prendas de color rojo y con dos líneas blancas a los costados. Los botines los sacaría de allí una vez bañada.
Cruzó por el pasillo y el comedor para llegar al baño, trayecto en el cual se encontró con Carmen, la dueña de la casa, quien le ofreció galletas caseras y chocolate caliente, dos cosas que la muchacha no tuvo la intención de rechazar.
Después de la ducha, oliendo a menta (como siempre que usaba el shampoo de esa casa), fue inmediatamente a despertar a su compañero, que parecía preparado para continuar durmiendo por un largo rato más.
El chico se resistió cuando Dana intentó despertarlo, moviéndose de acá para allá, pero acabó por rendirse ante la insistencia de su amiga, como siempre.
Él se levantó, algo adormilado, y se sintió complacido de no tener que ponerse el uniforme para la cancha, sino que ropa común y corriente. No era que no le gustase el deporte, pero un descanso de vez en cuando le venía bien. Tomó la ropa y se encaminó hacia el baño.
—¡Dale, Bru! —gritó Dana en cuanto él salió; lo había estado esperando en la mesa del comedor, devorando un bizcochuelo que la madre del joven había preparado. A la chica no le costó nada salir de su silla, y lo arrastró (pues él aun estaba intentando comenzar su día) hasta la puerta.
—Hoy va a ser el mejor partido, Bru.
—¿Qué, porque no juego yo? —bromeó él, y su amiga lo golpeó con el puño en un hombro. Pegaba fuerte, pero él ya estaba tan acostumbrado que ni le dolía.
—Justamente —dijo la muchacha, no obstante. Él le alborotó el pelo y, acto seguido, procedió a cerrar la puerta con llave detrás de sí.

Tanto a él como a Dana, les esperaba un largo día con el grupo.

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