lunes, 22 de julio de 2013

Capítulo 2 - Dana

Dana entró a su hogar entre risas. Iba acompañada de su hermano, quien tenía la misma felicidad impresa en el rostro, sólo que de una forma más sutil: aquella de una pequeña sonrisa.
Los recibió allí mismo Sofía, una chica de cabello dorado y ojos que parecían variar entre celeste y verde, pero que sin importar qué, brillaban con la intensidad que pertenecía a una chica de once años, dulce y apegada a su familia.
La menor corrió hacia su hermana y la apretujó con fuerza. No era que hubiesen pasado mucho tiempo sin verse: había sido a la hora del desayuno que se habían despedido, pero todos los habitantes del hogar eran así. Unidos. Por eso mismo, Dana siempre se preguntaba cómo hacía Bruno para sobrevivir sin un solo hermano o hermana. Ella tenía cinco en total, y solía repetirse que, de haber tenido uno menos, no hubiesen sido suficientes.
Intercambiaron palabras triviales, pero necesarias. La hermana mayor no podía seguir con su día si no escuchaba a la menor decir muy bien cuando le preguntaba cómo le había ido el día.
Se separó del chico para ir a su habitación, pero la pequeña charlatana se mantuvo a su lado.
Cuando ambas ingresaron, el cuarto no estaba vacío: una niña de nueve años, con rasgos parecidos a su hermana más cercana en edad y no a los de la mayor, estaba en compañía de un niño.
Ninguno de los dos invasores se dio vuelta, sin embargo. Estaban susurrando entre ellos, tan absortos que no habían notado la presencia de Dana y Sofía. La muchacha mayor tuvo que carraspear para que la miraran.
En sus caras, se notaba que la habían estado esperando por largo rato.
—Dan —comenzó a decir el niño, con cierto tono curioso—, Ju dice que no tenés novio. Yo digo que sí —comentó, pareciendo animado con cada una de sus palabras.
Julia era un poco diferente al resto de sus hermanas en cuanto a actitud: era tímida, y la vergüenza le agarraba fácil. Así que se escabulló un poco detrás de su hermanito, arrepintiéndose un poco del debate que había tenido con él.
Pero la mayor sólo rio, dejando lo que había dicho el pequeño como ridículo. Se agachó un poco para quedar a su altura y le revolvió los cabellos con dulzura.
—Ju tiene razón —sonrió.
 Su familia solía teorizar que era porque había crecido rodeada por muchachos, pero Dana no estaba interesada en aquello. Y el asunto a ella no le preocupaba, pero todos sus hermanos parecían estar esperando a que algún día ella apareciese con alguien que no perteneciese a los pibes. Ella solía replicar que sólo tenía quince años, edad para escalar árboles y jugar al fútbol, pero ni siquiera sus padres le daban la razón. Sin embargo, ni le insistían tanto como para que la chica dejase de tomárselo a broma, ni ella acostumbraba enfadarse. De hecho, imposible le era recordar la última vez que había peleado con alguien, o viceversa.
El niño se vio desilusionado, y le refunfuñó que era una aburrida. Ella se defendió, siempre siguiendo el juego, diciendo que eso no era cierto, y que estaría por verse. Se inició a base de aquello una guerra de cosquillas, a las cuales toda la familia era susceptible, e incluso Sofía, que estaba en la edad de decir que los juegos son tontos, se unió.
—Dan —le susurró Julia una vez terminada la batalla, cuando Dana ya había caído al suelo y tres hermanos se habían acomodado usándola de almohada, dos de ellos ya dormidos—, ¿alguna vez te gustó un chico? —preguntó entonces, con toda la seriedad en su inocente rostro.
Dana la acercó más a sí, y la menor se acomodó en su pecho con gusto, pero sin sacarle la mirada de encima.
—No —respondió con su voz suave y dulce, el primer rasgo tan inusual en ella, el segundo no tanto—. Todavía —añadió luego con un pequeño aire cómico, sus labios curvándose hacia arriba.
La pequeña la escuchó atentamente, y sólo después de que su hermana concluyera, agregó:
—¿Estás esperando al príncipe azul?
Si cualquier otra persona lo hubiese dicho, Dana se le hubiese reído en la cara con ganas, más que nada por la idea de que un chico elegante fuese en su búsqueda, con modales y cortesía. No podía ni siquiera imaginárselo.
Pero como era su hermana pequeña quien se lo preguntaba con franqueza, ella sólo negó con la cabeza.
—No espero a nadie, él va a aparecer solo. Si es que aparece —la tranquilidad en su voz era algo que Julia escuchaba muy pocas veces: sólo cuando le leía y llegaba a una parte triste del libro, o cuando el asunto era importante. —. Y no creo que sea un príncipe.
La menor vio a la mayor cerrar los ojos, y la imitó.
—Ojalá lo sea. —ronroneó la chiquilla, esbozando una pequeña sonrisa, y dejándose llevar por la tentación de dormir un rato la siesta.
 Dana apenas llegó a escuchar esto último porque, energética como era, los momentos de silencio y calma que tenía con sus hermanos le hacían dejar su mente en blanco, cosa tan difícil en ella. Y una vez que ese silencio en su cabeza era alcanzado, dormía sin problemas.

Durmió sólo por un par de horas, pero alcanzó a soñar. Y soñó que había una princesa en camisa y pantalón, que se encontraba con una princesa hecha y derecha. Ambas estaban solas y esperando a alguien, así que decidieron esperar juntas.

lunes, 15 de julio de 2013

Capítulo 2 - Carol

La hora, como lo hacía siempre, transcurrió rápidamente. Él la tomó del brazo y la llevó, corriendo, a la terraza. El lugar más alejado, aquel donde ella podía ser quien en él conocía. Y él podía ser quien quería.
—¿Por qué corrés? —dijo exhausta, cerrando la puerta tras ella.
—Me quería alejar de todos… —Le sonrió cálidamente, para remarcar que solo era una queja tonta.
—¿De tus admiradoras, acaso? —preguntó con ese tono neutro que en realidad decía de todo, mientras se acercaba a él, jugando con la caja de su almuerzo.
—Lo decís sólo por celosa —dijo con una sonrisa burlona.
Se sentaron contra la pared junto a ellos.
—¿Por qué debería estarlo? Vos me besaste a mí —y ella sonrió.
—¡Tulle! —exclamó riendo.
Carol repartió sus sándwiches de jamón y queso.
—Muchas gracias, damita —dijo él, fingiendo un tono elegante.
Ella rio tímidamente, tapando ligeramente su boca.
En cuanto paró el ambiente se volvió pesado, ya que ambos se habían quedado callados. Carol desvió su mirada y comió lentamente.
—Carol… —La voz de Joaco la asustó. Lo miró rápidamente acudiendo a su llamado.— ¿Sentiste algo cuándo te besé? —preguntó serio, como pocas veces lo hacía.
Por esa razón ella se asustó.
—No, pero… —intentó decir, pero Joaco solía terminar sus frases como si él ya las supiera desde antes.
—… jamás lo hicimos porque nosotros lo viéramos necesario —dijo él de forma calmada.
—Pero nosotros somos amigos, ¿qué sentido tendría el solo hecho de intentarlo?
 Se miraron por unos segundos.
Ambos pensaban en lo mismo, pero ninguno tenía el deseo de nada.
—No, no siento nada —dijo seguro y alegre.
—Sos un tonto —Ella rio.— Lo hiciste a propósito. Te encanta molestarme —y lo golpeó suavemente en el hombro.
Comieron el resto de los sándwiches y bajaron con calma.

Una vez que las clases de la tarde acabaron ambos se fueron a sus casas.
—Linda señorita, ¿quiere que la acompañe? —dijo Joaco, exagerando su tono elegante.
Carol solo rio.
Caminaron junto a sus compañeros por varias cuadras, pero no por mucho porque en la esquina estaba la estación del tranvía.
—Hoy pago yo, buscá lugar —dijo él cordialmente.
Carol, sin quejarse, caminó entre la gente. Al final había un par de asientos solitarios.
Se acercó rápidamente y se sentó junto a la ventana, colocando su mochila en el otro asiento. Miró por la ventana.
Qué lindo se ve todo hoy. Me trae mala espina… luego de la calma siempre hay un huracán. Esta noche entreno, espero que nada lo arruine, falta muy poco para…
—¿Me puedo sentar con vos? —La pregunta burlona de él la sacó de sus pensamientos.
—Siéntese, me parece que mi amigo se las va a tener que arreglar solito —y su voz sonó tan neutra que pareció más un insulto, pero Joaco sabía que ese era su mejor tono de burla.
Él se acomodó en cuanto Carol retiró su mochila. Ella volvió a mirar por la ventana.
—¿Cómo anda Trevor? —preguntó Joaco, queriendo sacar conversación. Aunque sabía que ella no hablaba de su hermano.
—Bien… supongo —contestó sin mirarlo.— No hablo con él —agregó algo triste.
Se produjo silencio, pero Carol lo cortó diciendo:
—Me enteré que tuvo una pelea en su colegio… tiene un ojo morado y un brazo roto. Está en cama hace una semana y no para de quejarse —sonó preocupada.
—¿En cama? —interrogó, asombrado.
—Sí. Igual, conociendo a mi papá y su mamá, creo que lo hubieran hecho hacer reposo solo por el ojo —dijo ella, intentando esbozar una sonrisa.
Joaco sonrió con ella y la abrazó con ternura.
—Sos única, amiga —y soltó una risotada perfecta que provocó que todos los miraran.
Carol se escondió detrás de él y Joaco pidió perdón apenado.
Es tan buen actor… tan seguro de sí. Sabe cómo ser en el momento justo, es perfecto cuando quiere, tonto en los momentos indicados y cuando es él mismo es tan cariñoso y adulto…
—Hay que bajarnos, Carol —le dijo, tomándola de la mano.
Se bajaron y caminaron derecho a sus casas.
—Estas tomando la fastidiosa costumbre de meterte en medio de mis pensamientos —lo miró fingiendo enojo.
—Perdón, pero… sería difícil. Con lo callada que sos, vivís pensando —La empujó levemente riendo.
—¡No me empujes, Joaco! —exclamó, devolviéndole el empujón.
Salió corriendo hacía su casa.
Al llegar a la puerta se paró.
—¡Nos vemos! —le gritó, saludándolo.
—¡No te vas a salvar, Carol!— Contestó en el mismo tono mientras entraba a su casa.
Ella entró, tiró su mochila sobre el sillón y corrió a la cocina. Pero antes de llegar si quiera a abrir la heladera su padre la llamó al comedor. Rápidamente tomó una manzana y caminó al comedor, tranquila.
Cuando vio la escena que la esperaba se paró en seco y le costó tragar.
—Hola, hija.
 Una mujer… que era el calcó perfecto de la chica. Con los mismos ojos celestes y los cabellos rojos como un atardecer.
Carol solo la miró desde la puerta.
—Carol, tu madre tiene que preguntarte algo… —dijo su padre que parecía muy triste.
Ella bajó la cabeza y reprimió un insulto en su garganta.
—¡Mi amor! —exclamó la mujer con alegría—, ¿Vos querrías venir a vivir conmigo? —preguntó finalmente con una sonrisa y los brazos extendidos.
Carol cerró fuertemente sus ojos y comenzó a llorar. Miró, haciendo una fuerza sobre humana, a su padre buscando una explicación a esta pregunta tan repentina y absurda. Pero como siempre, él no dijo ni hizo nada.
—Jamás… me iría con vos —dijo con una voz temblorosa y débil. Estaba aterrada, tenía la sensación de que su cuerpo se le había dormido.
—Pero… ¡Caroline Grey, vendrás conmigo! —gritó furiosa la mujer que parecía indignada, más que desilusionada. Se paró y golpeó la mesa.
—Lo siento Patrick, pero esto es suficiente. No quiero que esta mujer trate así a Carol —dijo la madre de Carol, apareciendo de golpe en la habitación.
Carol la abrazó y ella comenzó a acariciar sus cabellos.
—¿Y esta que, cree que es la madre de mis hijos?—preguntó furiosa la mujer, que creía tener algún derecho sobre Carol.
—Yo… —intentó decir la madre de Carol, pero el padre la interrumpió.
—Ella los crió durante quince años a los chicos que abandonaste, que ahora vos llamas hijos, Luna —su voz era áspera y cruel.— Además de soportarte durante dos años en el juicio que nos hiciste... Quiero que te vayas, porque Carol no quiere ni verte —dijo finalmente.
La mujer se sentó con furia y sacó su teléfono.
Carol se desprendió de su madre con dulzura y corrió a su cuarto sin ver nada, sin pensar en nada. Cerró la puerta de su cuarto y se sentó en su cama. Se llevó las rodillas cerca del rostro.
Quince años… y aparece queriendo hacerse la buena. Lo peor de todo es que después de demandar a mi padre y a Mary, pretende que me vaya a vivir con ella… ¡La odio!
—Carol, mi madre esta histérica. Dijo que Luna esta en tú casa —Joaco entró por la ventana mirando con tanto cuidado sus movimientos que no la vio. Pero en cuanto se acomodó la abrazó sin decir nada.
Tenía más que claro lo que la madre biológica de ella hacía siempre que aparecía, pero ni Carol ni su madre le habían dicho lo que había ocurrido hacía ya quince años.
—¿No… lo sabes, verdad? —preguntó ella mirándolo de reojo.
—No sé nada. Si vos no me lo decís, yo no me meto —contestó él, sonriéndole dulcemente.
—Ella… ella —antes de poder decir nada lloró. No se sentía fuerte, pero quería decirlo. Lo necesitaba.
—Tranquila, no tenés que decir nada —La miró a los ojos. Enseguida notó su necesidad de hablar.
Se alejó un poco de ella y se sentó, mirándola con cariño. Para darle confianza.
—Ella se fue… cuando Tommy y yo éramos muy chicos.
>>Yo acababa de nacer y una noche, mientras todos dormían, simplemente desapareció de la clínica. Ella decía que nunca quiso tener hijos, que lo de ella y mi padre era solo una aventura que termino mal… ¡Lo hizo sufrir tanto, Joaco! —concluyó, con un grito desesperado. Él la abrazó fuertemente, Carol pasó sus brazos por debajo de los suyos y lo apretó contra ella.
—Carol… —dejó salir su nombre junto con un suspiro.


Que felicidad me da que les haya gustado mi primer capítulo!! Espero que el que acaban de leer les resulte igual de maravilloso.

Tienen la total libertad de hacer la pregunta que deseen :). Muchísimas gracias por el premio ^^ me pareció un detalle hermoso.
Bueno, los dejo nos vemos en el capítulo 3 de Carol.
Mio


lunes, 8 de julio de 2013

Capítulo 1 - Dana

La muchacha cerró la puerta tras de sí con llave, sus movimientos rápidos siempre presentes. Dio la espalda a ésta y cerró los ojos por un momento. El aroma a pino y ozono, típico de un día en el que la lluvia se avecina, llenó sus pulmones. Sonrió. Muchos no estaban felices con el clima del pequeño pueblo, pero a ella nada le gustaba más que los días nublados o de poca luz; ni hablar de aquellos en los que sentía el agua caer.
—¡Dan! —gritó una voz masculina detrás suyo, al tiempo que la puerta se volvía a abrir, y la nombrada tuvo que salir de su stand by.
Los rosados labios de la chica se curvaron hacia arriba.
—¿No es un lindo día? —canturreó ella, sin voltear a ver al joven. Al contrario, torció a la derecha y comenzó a caminar hacia la escuela, a unas tan solo cinco cuadras de distancia.
Escuchó las pisadas de su hermano apurarse para alcanzar las largas zancadas suyas, y oyó un par de las cosas que dijo. Sin embargo, su atención se desvió en cuanto miró hacia la casa contigua a la suya: con jardín delantero y altas paredes, parecía una gran mansión. Estaba vacía, no obstante, y no era de extrañar por qué: costaba sus cuantos billetes, y en un barrio tan simple y modesto, de clase que no subía ni bajaba de la media, desencajaba completamente. Ella siempre había querido entrar allí, fuese sólo para mirar un rato; se imaginaba que dentro debía de ser como un palacio de cuentos.
—Ché, ¿me estás escuchando? —preguntó el muchacho, en su voz se notaba que sabía la respuesta. No se escuchaba exasperado, al revés de lo que se esperaría. Si Dana tenía que decir, hasta había sido dicho con cariño.
Porque así era él, siempre lo había sido: razonable y con cierto tinte serio, tranquilo; él no era de los chicos que salían a bailar o conquistaban chicas. No, él era diferente al resto. Tenía por gusto sentarse a leer en las tardes (o mañanas o noches, pensó después la muchacha, porque cualquier hora le venía bien para su hobby), y le había mostrado en ocasiones preciosos relatos escritos por él mismo. A la vez, era el hermano mayor perfecto para ella: compañero y lleno de preocupaciones, capaz de querer hasta los defectos más irritantes que tenía. Como el de no oír a la gente hablar cuando se perdía en su mundo.
Lo miró a los ojos, aquellos orbes negros idénticos a los propios, sonriendo ella también, y se dijo lo que siempre se decía cuando lo miraba: que si eran tan parecidos como la gente decía que eran (muchas veces, los habían creído mellizos) entonces ella también debía de ser bonita.
—No —soltó ella con alegría, y revolvió los rubios cabellos de su acompañante, que cortos y todo como eran, debían de ser más largos que los suyos.

El timbre que anunciaba el final de la tercer hora ya había sonado, pero Dana nunca estaba pendiente de cuánto tiempo faltaba para irse. Si le hubiesen preguntado alguna vez si la escuela la aburría, ella hubiese contestado un ¡Para nada!, y luego se hubiese puesto a cantar una canción. Para esto último no había ninguna razón: aquella chica pasaba la mayoría del tiempo tarareando, haciendo ritmos con golpecitos de sus dedos, o simplemente entonando lo que se le viniese a la mente. Le gustaba mucho la música, cualquier tipo de esta, al punto en que pasaba del tono de un vals al pop, pero no recordaba haberse puesto a escuchar música como quien dice realmente escucharla.
 Toda canción que conocía era por escuchar la radio con los pibes (como le decía a su pequeño grupo de tres amigos y su hermano), quienes ocasionalmente dejaban el reproductor del celular bajo (y no tan bajo) durante las juntas; por tomarse un par de micros con motivo de cruzar el pueblo de punta a punta, sin parada fija; o por sus hermanos y padres, cada uno con su gusto diferente, que se turnaban en compartir sus preferencias con ella: después de todo, era la única que aceptaba con alegría cualquier tipo de ritmo.
Cuando habían pasado quince minutos de la hora y el profesor no había aparecido, un preceptor se asomó a hacer oficial lo que ya suponían: había faltado el docente que enseñaba literatura. A Dan aquello la hacía felíz, pero se dijo que su hermano (quien, a pesar de ser un año mayor, tenía al mismo profesor en el mismo día, sólo que una hora más tarde que ella) se iba a deprimir un poco.
Con ánimo, la chica codeó a su compañero de banco, con quien se sentaba siempre en la última fila de seis, segunda columna de cuatro a partir de la puerta. El banco en frente suyo siempre había estado vacío: el otro chico con el que se turnaba para sentarse, Damián (apodado Dami por la misma Dana, quien sacaba sus risas de llamarlo Damita; contraste notable a simple vista por el hecho de que era un joven alto y de espalda amplia), se había negado rotundamente a sentarse en la anteúltima fila, y en cambio había elegido ubicarse en el banco a la derecha de Dana en los días que no se sentaba a su lado.
 —¿Qué pasa? —indagó la voz perezosa del muchacho, quien había dormido durante toda la hora anterior.
 Dana dejó escapar un ay en un suspiro a modo de broma. Apostaba cualquier cosa a que su amigo se había quedado hasta las altas horas de la madrugada jugando videojuegos. No tenía caso.
—¿Damos una vuelta? —consultó a voz rápida, mientras lo zarandeaba, y el chico fingió volverse a acostar—. Dale, Bru. Bru Bru. —llamó mientras lo empujaba, intentando tirarlo del banco. No lo logró. Ella era fuerte, y Bruno algo flaco, pero cuando quería molestarla, el empeño que ponía le ganaba a cualquier cosa.
La muchacha acabó por recostársele encima. Acercándosele al oído, dijo las palabras mágicas:
—Y compartimos un chocolate, ¿querés? —susurró, con una burla de voz sensual.
El joven se levantó al instante, poco más dejando caer a su compañera. Se paró y se pasó las manos por la cara. Se estiró. Y con eso, ya era el mejor amigo que Dana conocía: enérgico y con ganas de probar bocado.
Ambos salieron del aula con rapidez, pero la chica ralentizó el paso cuando estuvieron por pasar por la preceptoría, y él la imitó. Susurraron chistes y rieron un rato, situación que culminaba siempre con Bruno burlándose de ella por la particular risa que tenía.
Recorrieron el colegio entero (cosa que, por su tamaño, no tomaba mucho tiempo), pero Dana se vio algo desilusionada al no encontrar nada nuevo, nada que le llamase la atención.
Comentó con su amigo la necesidad de un cambio, pero él sólo rio y le alborotó los cabellos, tan cortos que eran imposibles de desordenar.
—No jodás, Dan —le dijo entonces con alegría—, si estamos todos bien.
En eso tenía que darle la razón: los muchachos no se peleaban por nada del mundo. Y es que eran justamente eso, muchachos. Pero había algo que Dana siempre había querido tener y nunca se había animado a decir: una amiga. Una chica, alguien con quién compartir cotilleos (aunque no conociese ninguno) o prestarse ropa (que no creía que pudiese, porque era ella alta, de metro setenta). Era felíz con los chicos, pero así como unas chicas deseaban encontrar su príncipe azul (necesidad que Dana nunca había sentido en lo más mínimo), ella sólo pedía una amiga. Con eso, se decía siempre, su mundo estaría completo.
A pesar de todo, ella acabó por concordar con él y, luego de un par de ruegos y empujones, Bruno aceptó llevarla hasta el aula subida a su espalda.


¡Gracias por todo el apoyo! Y espero que les haya gustado no sólo el capítulo, sino también la segunda protagonista de esta historia :). 

domingo, 7 de julio de 2013

¡Premio!

Primero que nada, quiero agradecer a: Gisel T. de Luciérnagas, a Patri de Las 5 piedras de afrodita por este premio tan bonito. Ni yo ni Mio lo podíamos creer, en serio.

Las bases:

  • Dar las gracias al blog que te ha nominado al premio.
  • Escribir 7 cosas sobre ti.
  • Dar el premio a 15 blogs y dejarles un comentario avisándoles del mismo.

Las 7 cosas de Mio:


  1. Soy responsable y muy colgada.
  2. Me gusta el naranja.
  3. Amo comer cosas dulces
  4. Tengo un gato y un perro.
  5. ¡Estoy por llegar a los 50 peluches!
  6. Escribo mucho.
  7. Me identifico con los conejos.

Las mías:

  1. Me gustan más los abrigos de hombre que de mujer, aunque todavía no tuve la oportunidad de comprarme del primer tipo.
  2. Me gusta hacer dibujos o cositas para la gente a la que quiero. No sé, simplemente me pone felíz hacer algo mientras pienso en esa persona.
  3. Me fascinan los felinos de una forma inexplicable. Si tuviera la chance, me sentaría horas a observarlos en su hábitat. Los leones, por sobre todo, me resultan criaturas majestuosas.
  4. Para dormir, necesito dos cosas: el velador prendido, y un gato al lado.
  5. Mi día favorito del año es el cumpleaños de mi mejor amiga, ya que me encanta llenarla de regalos hechos a mano, y que ella sonría por ello.
  6. Nunca terminé de escribir una novela en serio, es decir, terminé un par de "libros", pero de cosas que supuestamente tenían una segunda parte que, claramente, nunca realicé.
  7. Mi aroma favorito es el de ese que te queda impregnado después de cocinar algún postre. No sé por qué, me encanta. Si pudiese elegirlo, me buscaría un chico que cocine dulces, realmente.
Y eso es todo. Los nominados son:


Sólo nomino esos 4 porque en mi otro blog nominé recientemente, así que... aparte de intentar nominar a gente que no nominé antes, claro.
Les agradecemos a todas por la atención que está recibiendo esta pequeña historia que recién acaba de comenzar, porque a las dos nos significa mucho. Nos emocionó mucho leer cantidad de comentarios :3 y después Mio les responderá, pero estaba requete felíz de la aceptación que tuvieron Joaco y Carol.
Antes de que me olvide, alguien me había preguntado, creo, si éramos hermanas de sangre y no, no lo somos. Pero sí de alma.
Y el Lunes me toca a mí, así que será el turno de conocer a Dana. Admito que estoy un poco emocionada al respecto :).

lunes, 1 de julio de 2013

Capítulo 1 - Carol

Entró al colegio corriendo.
—¡Otra vez tarde señorita Grey! —el grito furioso de un profesor la hizo parar en seco.
Se volteó suavemente, rogando que no fuera su rector. Suspiró.
—Sos muy malo —soltó, con una expresión de dolor.
Él chico de ojos grises le sonrió y se acercó a ella riendo por dentro. Cuando se encontró cerca de la muchacha pelirroja besó su mejilla. Ella sonrió tímidamente y comenzaron a correr hacia el salón.
Entraron calmados ya que no había ningún adulto en la habitación. Ella caminó derecho al fondo, mirando al piso, mientras él se quedó conversando al frente. Se sentó en un pupitre solitario.
Siempre llego tarde, pensó. Se recostó sobre el pupitre y cerró los ojos.
Cuanto ruido, no me dejan ni pensar. Que les cuesta callarse… Hoy ¿Qué día es hoy? Martes, creo. Sí definitivamente lo es, ya que tenemos teatro y es el único profesor que llega tarde.
Además teatro, odio teatro. Mucha gente viéndote hablar y fingir…
Unas palmadas en su espalda la despertaron. Se levantó suavemente y volteó.
—Dejá de soñar, llego el profesor —susurró el muchacho de ojos grises mientras se sentaba en el banco de al lado.
Ella miró al frente justo en el momento que el hombre entró. Era alto y se notaba que era joven. Era el típico profesor en el que uno podía confiar.
—Hoy haremos una dramatización en parejas —dijo alegre.
Inmediatamente ella sintió que una mano la sujetaba. Lo miró sonriendo porque todas las chicas del curso lo miraban.
—Sos un chico solicitado, Joaco —dijo la pequeña pelirroja con un tono bajo y serio.
—Muy graciosa, Caroline —mascullo él.
Unos minutos después ya todos tenían una pareja.
Carol siempre agradeció tener un amigo tan leal. Joaco sabía que ella no era nada sociable.
 —¿Quién quiere pasar primero? —preguntó el profesor mientras se sentaba sobre el banco grande del frente.
Joaco tomó la mano de Carol y la alzó muy alto. Ella le suplicó con la mirada, pero ya era demasiado tarde porque el chico ya la estaba arrastrando al frente.
Al llegar, Carol se petrifico, dándole la espalda a todos. Joaco la enfrentó a él, dejándola de costado a todos.
—Solo mirame a mí —susurró mirándola a los ojos.
Carol solo asintió aterrada.
—Les tocará… —dejó a todos en suspenso mientras elegía un libreto.—… Noche de reyes, pero nada a medias. Harán la parte culminante de la historia. Serán Viola y Orsino —dijo, mientras se acercaba a ellos. Luego les entregó un guión a cada uno, con la escena marcada.
La parte del beso. Esto solo me ocurre a mí… Por suerte es Joaquín y no otro.
Lo miró, imaginando que nadie más estaba en el salón. Respiró profundo y le indicó que estaba lista.
—¡Acción! —gritó el profesor, sacando ligeramente a Carol de su mente.
Su corazón comenzó a latir muy fuerte. Dio un vistazo rápido al guión y comenzó.
—A mi hermana le gusta ese hombre y… cuando digo mi hermana, hablo de ella, no soy yo —se señaló temblorosa, con delicadeza. Su voz sonaba perfecta.— Mira mis pantalones —y los miró levemente. Él la acompañó con la mirada.— ¿Ves? Soy un hombre —dijo algo triste.
—¿También le gusta ella a ese hombre? —preguntó interesado.
Ella lo miró triste.
—Es una tragedia ¿Sabes? —Intentó componerse, pero estaba muy nerviosa. Este papel es difícil, pensó.— Él no conoce los sentimientos de ella… así que no sabe si él siente lo mismo… —dijo y bajó la vista.
Joaco la tomó de las manos y la obligó a que lo viera.
—¿Y qué espera tu hermana? —preguntó, apretando más sus manos.
—Que él dé el primer paso, pero dime… ¿Si ella nunca confiesa lo que siente, hará que su amor sea menos real? —moduló cada palabra de forma profunda y lenta, haciendo la escena perfecta, dándole ese clima romántico.
Joaco tomó su rostro con cariño y la miró.
Nunca me dio nervios el besarlo en obras de teatro y suelen ser frecuentes. Pero… acaso ¿No es una molestia? Jamás bese a otro chico y aunque no me molesta, no quiero esto.
Él la besó de la forma más cariñosa que sabía, con la que siempre lo hacía. Sus corazones latían rápido, pero ninguno sentía nada.
Se separaron y saludaron a todos, dando por terminada la pequeña dramatización. El profesor los despacho con una sonrisa a sus asientos. Carol caminó rápidamente a su pupitre sin prestar atención a las burlas e insultos de sus compañeros.
Se sentó, recostándose sobre sus brazos.
—¿Qué sucede?— La voz tenue de Joaco la sorprendió.
Levantó la vista, sólo para verlo un poco.
—Nada…— Dijo con una voz tranquila.
Él se apoyó en el banco, sentándose en cuclillas. Reposó su cabeza frente a la de ella y la miró con una sonrisa amplia.
¿Qué pretende exactamente con esa sonrisa? Es para que le diga lo mal que me pone que me bese… si ya lo sabe, ¿cuál es el misterio?
Sus vistas se complementaban perfectamente. Las grandes diferencias que presentaban las unían aún más.
Esos ojos cálidos y brillantes, que eran serenos, tiernos… Dulces. Los de ella eran una caja fuerte con triple combinación que él sabía de memoria… Insegura y tierna. Muy fuerte, quejumbrosa y algo gritona.
El día fue muy tranquilo después.


Hola! Esta es la primera parte del capítulo 1. Espero que lo disfruten y que cumpla con sus expectativas ^^
En la pestaña de personajes agregamos a uno más que también es importante.