martes, 26 de noviembre de 2013

Capítulo 6 - Dana

Dana vitoreó y, poco a poco, los integrantes del equipo se unieron en un abrazo de aquellos que, según la chica, sólo se daban después de ganar un partido. Si bien el equipo contrario no había jugado de forma especialmente habilidosa, un tres a cero siempre era motivo de celebración.
Los chicos parecían cansados, pero ella se sentía con más energía que nunca. Después de soltarse de su grupo, se dirigió hacia la chica nova, Carol, aun con la adrenalina en la sangre.
—¿Me viste? —preguntó, su voz falta de aire.
La pequeña asintió, y eso fue todo lo que necesitó para estrujarla contra ella, sin recordar todas aquellas veces que las chicas la habían apartado, diciendo que “les daba asco que estuviese transpirada”. Quizá era porque no se animaba, quizá era porque era diferente (y Dana nunca se enteraría de cuál de las dos era) pero la víctima del agarre no se quejó de nada e incluso la rodeo un poco con uno de sus brazos, su toque tan suave que la rubia ni lo sintió. Bien hecho murmuró la pelirroja, y eso sí que lo escuchó.

—Esto amerita una celebración —propuso la rubia una vez que todos se hubieron reunido y recuperado del juego—. ¡A quien le parezca bien una fiestita en mi casa que diga “yo”!
La respuesta fue la esperada: un yo a coro conformado por voces pequeñas, como la de Carol y Lau, y otras muy notorias, como la de Dami y la misma Dan.
Dana entonces se encargó, como toda la líder que era, de repartir tareas: cada chico se encargaría de llevar algo para compartir, ya que se decidió que primero deberían pasar por los respectivos hogares, en parte para darse una buena ducha. Sólo Carol estaba excluída de esto, y cuando Bruno le preguntó por qué, ella respondió que porque las damas bonitas como ella tienen privilegio.
Debido a la organización de las casas en esas pocas cuadras que todos ocupaban, la última parada fue la casa de Dana. En ella entraron juntos ella con su hermano y su amiga. Advertida por Bruno de que tuviera el cuidado de que sus hermanos no espantaran a la recientemente llegada, los dos pertenecientes a la casa se arreglaron para hacer el trayecto a la habitación de la chica lo más silenciosamente posible.
El plan sirvió, por suerte, pero la rubia no estaba segura de cuánto podían tardar los pequeños en notar su presencia e ir a buscarla. Ella era una persona espontánea, así que pensó en dejarlo para cuando pasase.
—¡Estoy tan felíz! —aulló Dana al abrazar a Carol en cuanto su hermano, que iba detrás de todo, cerró la puerta. El tono de voz se debía en parte al hecho de haber estado callada durante un rato, cossa que hacía que la energía se le acumulase.
A pesar de que solía decir mucho más en voz alta (como que la emocionaba de sobremanera que fuese la primera vez en su vida que una chica no perteneciente a la familia estuviese en su habitación, o que una de las razones por las que había pensado en la fiesta había sido para presentar su casa a la pelirroja), y que en otra situación las hubiese dicho a los cuatro vientos, no hizo más que aquella pequeña declaración; no quería asustar a nadie.
Luego de soltarla, le dio un mini-tour alrededor del cuarto aprovechando que su hermano se había ido a bañar, en el cual incluyó hasta la mínima explicación de por qué el empapelado era amarillo y no de otro color, o la historia de cómo había conseguido cada libro, o había sacado cada foto.
—¿Te gusta la fotografía? —había preguntado la petisa, con aquella expresión curiosa en los ojos cielos que a Dana le parecía tan dulce.
—Síp —había asentido ella con mucho orgullo—, desde siempre. Mi cámara es un poco vieja, y no me haría mal cambiarla, pero me las arreglo. Pero una pasión es una pasión, aunque no sea tan grande como la que siento por el fútbol.
La cámara de Dan debía de tener, sin duda, unos seis o siete años. Era digital, pero de las primeras, y Caroline se tuvo que preguntar cómo sacaba fotos así de bellas con una cámara así.
Fuese casualidad o no, Matías entró en la habitación apenas su hermana hubo terminado su recorrido. Dana era demasiado ingenua como para notarlo, pero en ese momento, los ojos de su hermano y los de su invitada se buscaron y encontraron, como si se compartiesen un secreto.
—¡Voy yo! —fue lo primero que exclamó la rubia en cuanto lo vio entrar y, luego de tomar un par de prendas al azar, salió de la habitación, dejando al par de enamorados por su cuenta.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Capítulo 6 - Carol

Trevor subió enojado, indignado, por las escaleras que se extendían por varios metros. Entró a la habitación de Carol y se paró frente a su cama. Ella dormía, como siempre, porque a la noche anterior había estado leyendo hasta tarde.
Pero él no era como Joaco: no la perdonaría por dormir. Él quería que Carol fuera a su primer partido oficial como él iba a todas sus competencias.
—Carol —dijo con tono neutro y medianamente elevado.
Ella lo miró de reojo ya que estaba de espaldas.
—¿Qué hora es? —preguntó con la voz ronca.
—¿Te estabas olvidando de mí? —su voz cambió drásticamente y ese tono indiferente se volvió débil y lloroso. Se sentó en la cama.
—No, Trev. Yo no me puedo olvidar de vos —dijo sonriendo para que se pusiera bien y lo abrazó.
Pero él solo jugaba y comenzó a reír.
—No puede ser que te la creíste —la abrazó más fuerte.
Carol sin decirle nada le pegó, con toda la fuerza que tenía, en la cabeza. Pero Trev no hizo nada más que besar la mejilla de su hermana, porque se lo merecía.
—Bajá, así me cambio —dijo, levantándose de la cama.
—No, tenés un cambiador ahí, te voy a controlar —su tono volvió a ser el mismo. Se cruzó de brazos.
Carol, que no estaba muy acostumbrada a estar con su hermanastro, se ruborizó. Sabía que no se iba a cambiar frente a él, por lo menos no literalmente. Se quedó tildada por unos momentos, se miró al espejo con algo de odio.
¿Por qué pensás que le gustas? Es tu hermano… hermanastro, pero es lo mismo, ¿o no? Además, ¿por qué le gustaría alguien gorda como lo soy yo?
—Carol… —Estaba preocupado. Sabía que los espejos no eran amigos de ella. Pero debía disimular no podía decirle nada con respecto a aquello—. Apurate que no quiero llegar tarde por tu culpa —dijo, disimulando el enojo que la hizo mirarlo.
Ella estaba triste, su mirada lo reflejaba, aunque con una sonrisa elegía la ropa con la que iría. Se cambió rápido y bajaron. Carol tomó una galleta que rápidamente introdujo en su boca. Todos salieron de la casa con entusiasmo porque irían a un acontecimiento lleno de gente, pero Carol dudaba de este tipo de eventos.
Son la ocasión ideal para que todos te marquen, si eres como ellos, si no lo eres o si eres tan diferente que das miedo. Todo te define, pero solo uno es el que te asegura una buena convivencia con la mayoría de los chicos…
Era un día con resolana y parecía hacer algo de calor, para los que ya estaban acostumbrados a aquel lugar tan frio era un día caluroso, pero Carol sentía que el frío la comía. Ella que amaba el calor y los helados. De todas formas, sólo tenía puesto un buzo verde sobre una remera de mangas cortas, pantalones negros y zapatillas verde claro. Como el tiempo no le dio para bañarse, ató su pelo en una trenza.
Caminaron por unos kilómetros hasta un gran descampado, donde una gran cantidad de gente se reunía alrededor de una cancha promedio de fútbol. Carol se paró por unos segundos, se sintió atrapada porque no tenía a Joaco que la protegiera ya que se había pegado a su hermano y lo entendía, pero no quería sentirse así. Buscó entre la multitud a alguien conocido, alguien que la acompañara durante el partido al cual quería asistir por su hermano. De repente algo la abrazó por la espalda haciéndola saltar.
—¡Hola! —exclamó con euforia la voz de Dan.
—Hola, Dan —dijo casi en un suspiro de alivio, suspiro que contuvo para no ser tan obvia.
Cuando Dan por fin la dejó ir, saludó a Bru, quien estaba tan somnoliento que parecía que se iba caer en cualquier momento. Carol rió en su interior. Mientras caminaban hacía los asientos del equipo, donde a Carol le había tocado el privilegio de estar, ella notó la ausencia del hermano de Dan, Matt, quien solía acompañarla siempre. Tuvo la idea de preguntar, pero no lo hizo: eran los primeros amigos que tenía en mucho tiempo.
¿Y si se molestan conmigo? ¿Qué haría sola, sentada en el pasto? se formulaba constantemente, mientras se acomodaba en el mantel que había traído Dan. Mientras Bruno se acomodaba junto a ella, Dan renegaba porque era muy tarde y nadie más había llegado, pero rápidamente volteó hacía Carol.
—¿Tú hermano vino? —preguntó algo molesta.
Carol solo asintió, pero a la chica de cabellos rubios de mucho no le sirvió porque él no estaba en donde debía estar.
Que frio hace. Ojalá me hubiera podido quedar en la cama. Hace un tiempo que no hablo con mamá, ¿cómo estará? Bruno es un chico muy lindo, ¿tendrá novia? Es muy parecido a mí… creo. No, si lo pienso mejor no, lo que nos diferencia es la confianza, confianza que a mí me falta.
Dan comenzó a ir de un lado para el otro como aquellas personas que se dejan llevar por los nervios. Aunque no duró mucho, porque Matt y Marc aparecieron entre la gente. Trev, que había estado con sus compañeras, apareció de sorpresa, tirándose sobre Carol.
—¿Qué haces Trev? —preguntó Carol, comprimiendo un grito de furia. No iba a ser ella misma frente a ellos.
—Que raro que no te enojes —rió con ironía mientras la abrazaba. Iba a contestarle, pero Dan la detuvo.
—¿Dónde estabas? —reclamó enojada.
—Con mis compañeros, me querían dar un regalo porque… —se calló de repente. Su expresión burlona se borró, no le gustaba darles explicaciones a las mujeres.
Dan estaba a punto de retarlo cuando Matt la detuvo tocándole el hombro. Ella se volteó y él le negó suavemente. Carol notó de inmediato la frustración de Dan, y en cierto punto se identificó.
—Dan… —la llamó Carol con un susurro en cuanto Trev se paró para acompañar a Dami, quien estaba a solo unos metros de ellos.
Dan asintió velozmente a su llamado, porque había esperado toda la mañana el estar con ella. Ella se colocó en cuclillas frente a la diminuta adolescente.
—¿Qué sucede? —indagó con una voz dulce, eso a Carol le recordó a su mamá.
Se quedó muda por unos minutos, no sabía que decirle, ya que ni siquiera sabía porque la había llamado, simplemente quería verla como siempre: feliz. Entonces notó que todo el equipo estaba tras Dan.
—Ya llegaron todos —secreteó, señalando hacía sus espaldas.
Al segundo Dan volteó dando un salto, típico de ella y exclamó con entusiasmo:
—¡A jugar!
El partido empezó tan rápidamente que ya estaban corriendo de un lado al otro.
No entiendo este juego, me parece lineal. Todos, además, siguen una pelota para meterla en un arco. También se lastiman…
¡Trev! —gritó desesperada porque había caído al suelo de una forma horrible.
Pero estaba bien, se levantó y le sonrió. Cuando corrió para volver al juego un grupo grande de chicas grito. Están eufóricas pensó ella, pero lo bueno era que su hermano estaba bien. Ella sonrió. De la nada, recordó que no estaba sola y miró a Bru, quien parecía muy concentrado.
—¿Te gusta el futbol, Carol? —preguntó de la nada haciendo saltar, levemente, a Carol.
—No —fue directa, pero como siempre, su voz sumisa la hizo parecer calmada.
—Y… ¿qué deporte te gusta? —su voz era dulce y tranquila.
Carol sonrió al voltearse para verlo. Por muchas razones, pero la más importante era que él le daba paz.
—La natación —dijo mientras volvía la vista al partido.
—¿Lo practicás? —A Carol, el solo hecho de escuchar esa pregunta hacia que su piel se erizara. Tal vez ella sabía que Bru solo lo preguntó por preguntar, como siempre solían hacer.
—No, solo me gusta ver —disimuló bastante bien su incomodidad al contestar justo esa pregunta.
Bru estaba a punto de preguntarle algo cuando Dan mete un gol. Carol se paró por la emoción y grito muy fuerte. Sujetó a Bru y lo levantó con una fuerza que lo dejo atónito.
—¡Vamos, Dan! —gritaron ambos.
Dan los miró con emoción, parecía otra, como cuando Carol nadaba eran únicas en esos momentos.
—¡Te dedico mi gol, Carol! —exclamó eufórica desde la otra punta de la cancha. Su puesto estaba del otro lado a donde ellos se sentaban.
—¿Y a mí? —gritó Bru, algo enojado, aunque solo estaba jugando.
Carol ya estaba sentada mirando a Bru con una calma que hace mucho no sentía, creía que el mundo se derrumbaría en ese mismo momento. Entonces cuando él se sentó, luego de haber compartido expresiones de odio con Dan, ella pudo notar que ese lugar al que miraba tanto era el lugar donde había un grupo de chicas.
—¿Quién te gusta tanto, Bru? —preguntó de una manera tan espontánea y dulce que nadie podría no contestar, aunque fuera privado.
—Camila —contestó de forma rápida mientras miraba a Carol.
Carol pensó por unos segundos, luego le cayó una ficha.
—¿Su mejor amiga se llama Milagros? —estaba muy intrigada.
—Sí, ¿por? —la miró extrañado.
—Son las amigas de mi hermano —al instante que Carol dijo aquello vio como él se ruborizaba un poco.
Carol le sonrió porque él era muy dulce. Además esas reacciones le recordaban a ella cuando estaba con ese chico de ojos negros.

lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 5 - Dana

—¿Y qué tal si vienen al partido el Sábado? —sugirió Dana a los nuevos durante el almuerzo, mientras se llevaba a la boca un sándwich de gran dimensión.
Joaco y Carol estaban sorprendidos, aunque sólo el primero se animó a hablar.
—¿A qué juegan? —preguntó el chico, curioso y con aquella sonrisa que Dan contagiaba a todo el mundo.
—Al fútbol 5 —contestó ella alegremente, y el brillo en sus ojos daba a entender lo muy ansiosa que la ponía pensar en practicar aquel deporte.
—Dana es nuestra pívot —explicó Bru, quien estaba sentado en el pasto, al lado de su mejor amiga. La chica a su lado sacó pecho al escucharse mencionar, orgullosa—. Como es el puesto que necesita más movimiento, y ella tiene tanta energía —y se encogió de hombros mientras sonreía—. Aparte, es la mandona del grupo, así que no nos quedó otra que ponerla de capitana.
—Quién dice —soltó la mencionada, imitando una voz de enojo—, el arquero. Si estás atrás por algo será —canturreó mientras lo codeaba, y él la empujaba para sacársela de encima, riendo.
Trevor, que había estado a un lado, parecía querer decir algo, notó Matías. Así que lo miró con su mejor sonrisa y le dedicó un ¿Pasa algo? con aquella voz tan calma y tan suya.
El morocho pareció dudar un segundo antes de contestarle.
—Soy muy buen wing derecho —dejó escapar al fin, casi refunfuñando.
A pesar de que Dana no captaba indirectas, la frase le provocó la idea que en realidad el muchacho había querido transmitir.
—¿Y no querés jugar para nosotros el sábado? —se emocionó ella, con ganas de sobra de comprobar las habilidades del nuevo inquilino del barrio.
El nuevo mantuvo el ceño fruncido, pero acabó por asentir ante la mirada fija de Dana.
Bruno no tardó en saltar.
—Yo le dejo mi puesto —declaró en seguida, felíz de poder saltearse un partido que otro de vez en cuanto.
—No, Bru —lo cortó su amiga, sabiendo a lo que quería llegar—, vos sos arquero, y lo que necesitamos es un espacio para un wing.
Dana, pudieron observar con asombro aquellos que no la conocían, parecía inusualmente seria al retar a Bruno.
—Dejalo, Dan —dijo su hermano, haciéndole un gesto—, a mí de arquero también me va bien.
Dana lo pensó por un rato, pero enseguida se convenció.
—Está bien —afirmó enérgicamente—, si igual Bru Bru no ataja una —burló a su mejor amigo.
—Decí lo quieras —sonrió el aludido—, yo felíz de salvarme.
El trato quedó sellado cuando la chica le ofreció la mano a Trevor, quien la tomó con recelo, y la situación empeoró un poco mas cuando ella le sacudió la mano con cierta fuerza.

Fue el sábado a la mañana que Dana se levantó con ganas de donde se había quedado dormida: en el suelo de la habitación de Bruno. Era la rutina quedarse a dormir en la casa de su vecino los viernes, y más que común era que se quedaran dormidos en medio de una actividad, ya fuese leyendo o jugando videojuegos.
La muchacha abrió su mochila (amarilla y llena de parches de colores, puestos sólo por decoración), y sacó de allí su equipo de fútbol: una remera manga corta y unas bermudas, ambas prendas de color rojo y con dos líneas blancas a los costados. Los botines los sacaría de allí una vez bañada.
Cruzó por el pasillo y el comedor para llegar al baño, trayecto en el cual se encontró con Carmen, la dueña de la casa, quien le ofreció galletas caseras y chocolate caliente, dos cosas que la muchacha no tuvo la intención de rechazar.
Después de la ducha, oliendo a menta (como siempre que usaba el shampoo de esa casa), fue inmediatamente a despertar a su compañero, que parecía preparado para continuar durmiendo por un largo rato más.
El chico se resistió cuando Dana intentó despertarlo, moviéndose de acá para allá, pero acabó por rendirse ante la insistencia de su amiga, como siempre.
Él se levantó, algo adormilado, y se sintió complacido de no tener que ponerse el uniforme para la cancha, sino que ropa común y corriente. No era que no le gustase el deporte, pero un descanso de vez en cuando le venía bien. Tomó la ropa y se encaminó hacia el baño.
—¡Dale, Bru! —gritó Dana en cuanto él salió; lo había estado esperando en la mesa del comedor, devorando un bizcochuelo que la madre del joven había preparado. A la chica no le costó nada salir de su silla, y lo arrastró (pues él aun estaba intentando comenzar su día) hasta la puerta.
—Hoy va a ser el mejor partido, Bru.
—¿Qué, porque no juego yo? —bromeó él, y su amiga lo golpeó con el puño en un hombro. Pegaba fuerte, pero él ya estaba tan acostumbrado que ni le dolía.
—Justamente —dijo la muchacha, no obstante. Él le alborotó el pelo y, acto seguido, procedió a cerrar la puerta con llave detrás de sí.

Tanto a él como a Dana, les esperaba un largo día con el grupo.

lunes, 7 de octubre de 2013

Capítulo 5 - Carol

Miércoles… lindo día, estamos a la mitad de semana.
Esa chica. Qué chica más linda, pero… está bien confiar en ella. Su hermano es muy bonito, también. Bueno, son hermanos. ¡Que locura!
—Ya despertate de una vez, Carol —dijo Joaco mientras la alzaba y la sentaba en la silla con rueditas del escritorio, que ahora compartían.
Carol estaba desorientada, pero no extrañada. Él solía no tenerle paciencia. Mientras Joaco corría de un lado al otro, ella lo miraba, atenta y sonriendo divertida.
—Joaco —dijo haciendo énfasis en cada silaba.
—¿Qué? —preguntó indiferente, sin dejar de correr de un lado al otro.
—¿Qué materias tenemos hoy? —su voz era juguetona, pero se notaba el sueño.
Joaco se detuvo por unos segundos con una mirada fija en ella, estaba pensando. Volvió a andar.
—Tenemos matemática, lengua, psicología e inglés —contestó metiendo algo a su mochila.
Carol continuó mirándolo, pensando en lo tonto que podía ser a veces. ¿Por qué no prepara su ropa y mochila en la noche? Podría dormir un poquito más y ahora no estaría tan apurado. Rió por lo bajo.
—¿Cómo te cayeron los chicos de ayer? —preguntó ella algo aburrida.
—Bien, son muy simpáticos —contestó contento, pero estaba apurado y parecía histérico.
—¿Y la chica? —sonrió en cuanto él se frenó en seco.
—¿Qué pasa, te pone celosa? —uso su típico tono irónico. Aquel que le aseguraba la verdadera respuesta.
—La verdad no mucho. Ella es más tu estilo —se paró y prendió la camisa que Joaco llevaba.
Él miraba detenidamente cómo ella caminaba hasta la ropa que ya tenía preparada y se metía en el pequeño cambiador que la señora Grey les había colgado.
—Es muy linda —confesó Joaco mientras veía como la ropa volaba del cambiador—. ¿Y a vos como te cae Dan? —preguntó tomando su mochila.
—Es como un inmenso arcoíris que resplandece en el cielo —canturreó contenta, saltando hacía él, imitando a aquella chica tan hermosa de ojos negros.
Joaco la abrazó.                                                                 
—No te comportes así que me enamoro —la molestó Joaco, basándola frenético en el cachete.
Carol reía muy contenta e intentaba zafarse de la aprensión de él.
—Se nota que es tu tipo —dijo cuando pudo escapar. Tomó su mochila y lo miró, se había quedado colgado.
Mira por la ventana. Mira la casa de Dan. Sonrió por lo que él hacía. Corrió a abrazarlo.
—Tranquila —dijo riendo con un tono fingido de enojo.
—Es tu chica ¿Crees que la puedas conquistar con tu forma de ser? —molestó Carol, aunque había algo de cierto en todo lo que decía—. Termínate de vestir, que sin el buzo te vas a morir de frio —dijo caminando hacia la puerta de la habitación.
Joaco tomó su buzo y salieron. Bajaron corriendo, porque el aire se había impregnado del olor a chocolate y al dulce de las masas caseras.
—Hola —pero su voz casi ni se escuchó.
Carol y Joaco se sentaron frente a sus hermanos, quienes habían llegado hace solo unos minutos.
—Hola —las voces de Carol y Joaco se oyeron melodiosas.
Se miraron con una sonrisa.
—Que temprano, hermanita, me extraña —Trev sonrió de costado y miró a Carol con desinterés.
—Sí —dijo con un tono desafiante. Le sonrió.
—¿Qué tal tu primer día, Lau? —preguntó Joaco para sacar conversación, excluyéndose de la pelea de su amiga y su hermanastro.
—Fue muy tranquilo, hermano —contestó cordialmente.
Joaco le sonrió. Eran mellizos, hermanos muy unidos. Lautaro era el más grande por unos minutos y había adoptado una máscara distinta a la de su hermano menor, pero en realidad eran muy parecidos en personalidad.
—Tonto —dijo Carol tirando una masa a Trev, quien se reía a carcajadas.
—¿Qué sucede? —preguntó sonriendo Lau, que ya conocía a su compañero de cuarto.
—Nada, le molesta que le diga la verdad —y explotó en risas cuando nota que Carol se sonroja.
Todos la miraron, su puchero era una de las cosas más dulces, pensaron los tres.
—¿Qué te dijo, Carol? —preguntó Joaco.
—Nada —refunfuñó, mirando a Trev con odio.
De repente, la madre de Carol y Trev salió de la cocina con la intención de levantar las cosas, ya que era la hora de que se fueran, pero notó otra cosa.
—Chicos, terminen de una vez, tienen que irse al colegio o van a llegar tarde —dijo furiosa.
Todos tomaron rápido el chocolate y comieron unas cuantas masas. Carol tomó muchas más cuando se levantaron al unísono. Se pusieron sus mochilas en la puerta, ella aprovechó para ponerse su gorro también.
—Chau —dijeron antes de salir.
Trev sacó de su bolsillo un chupetín y comenzó a abrirlo, pero Carol lo tomó y salió corriendo. Ella tenía un fanatismo por los dulces de cualquier tipo.
—¡Carol, dámelo! —gritó Trev y la siguió.
Carol corrió por el gran patio delantero y salió empujando el portón. Ambos tenían una buena condición física Trev le pisaba los talones, pero Carol se paró en seco cuando vio que de la casa de junto salía aquella chica tan bonita y su hermano.
¿Me habrán visto? ¡Espero que no, porque me muero!
—Te dije que me lo des, hermana —dijo simulando tono molesto.
Trev le arrebató el dulce con fuerza, pero Carol no reaccionó: miraba atenta a Dan, quien al verla corrió con una alegría inexplicable hacía ella.
—Hola, Carol —dijo al pararse frente a la aludida.
—Ho-hola, Dana —dijo casi temblando.
—¡Ah! —exclamó Trev mirando a Carol—. Hola soy Trevor, su hermanito —dijo señalando a Carol, quien no podía disimular sus nervios porque Matt estaba tras Dan.
—Hola, soy Dan —saludó enérgicamente.
—Hola, me llamo Matt —dijo él un poco fuera de contexto—. Hola, Carol —y le sonrió haciendo que la pequeña temblara.
Trev rió. Pero nadie llegó a cuestionar nada ya que Joaco llegaba junto con Lau, aunque ninguno había notado la presencia de ninguno hasta que chocaron contra Trev y Carol.
—¿Qué…? —Joaco se calló al ver a Dan (quien miraba a Carol, aunque la chiquitina no lo notaba).
—Hola, Joaco —dijeron los hermanos cordialmente.
—Hola —dijo algo paralizado. Carol lo miró—. Él es mi hermano, Lautaro —agregó componiéndose.
—Hola, Lau —dijo la rubia. Quien al parecer no se cansaba de decirlo.
Lau solo levantó la mano cordialmente.
—Sería bueno que continuemos charlando de camino al colegio —dijo Matt, a lo que todos asintieron.
Comenzaron a caminar con tranquilidad. Y excepto por Dan, quien intentaba hacer hablar a Carol, todos se mantuvieron en silencio hasta que Lau preguntó:
—Trev, ¿no tenías que verte con alguien? —
Él chico de ojos negros lo miró, golpeándose la frente. Todos se frenaron y lo vieron.
Trev, que estaba juntó a Carol, corrió hacía Lau.
—¿Te llevo? —preguntó al escuálido personaje de cabellos castaños.
—Sí… —contestó algo avergonzado ya que eso consistía en levantarlo.
Trev se acercó a Carol y le ofreció el chupetín.
—No puedo alzarlo con esto —aclaró.
Ella abrió la boca y lo tomó. Él volvió a Lau y lo alzó.
—¡Nos vemos! —gritó Lau cuando Trev ya había ganado distancia, ya que había comenzado a correr.
—¿Por qué lo alzó? —preguntó Matt.
—Lau es muy débil… La consecuencia de ser mellizos —contestó algo triste Joaco, pero enseguida sonrió.
Se mantuvieron en silencio por unos minutos, pero Carol miró a Dan agachando un poco la cabeza.
—¿Vamos? —preguntó con una voz temblorosa al extenderle la mano. Se sonrojó.
Dan sonrió.
—Claro —dijo feliz mientras tomaba su mano. Comenzó a caminar dando largas zancadas, Carol la siguió a pazos rápidos por detrás. Joaco y Matt se miraron, algo cómplices, y las siguieron.

¿Está bien confiar en ella? No parece mala, pero todo el mundo parecía lo mismo y luego…

martes, 24 de septiembre de 2013

Capítulo 4 - Dana

Dana salió casi a trote de su casa. No sabía por qué, pero sentía que ese día sería especial, así que había apurado a su hermano, cosa de llegar temprano.
—¡Matt! —le gritó al muchacho mientras este cerraba la puerta con pereza.
Él salía de la cama aun dormido, y la mitad de las veces no se despertaba hasta pisar el colegio, a menos que alguna de sus hermanas le tendiera una artimaña. Esto último no era poco común, y la mayor de las chicas era la cabecilla de cualquier evento salido de lo común.
La joven se adelantó un poco, dejando que los vuelos de su vestido, de un rosa chicle, ondearan un poco. Con la ropa, era casi lo mismo que con la música: cualquier cosa le venía bien. Desde soleros de colores claros, hasta remeras con joggings de colores opacos (convenientemente comprados en la misma tienda de ropa que frecuentaban Bruno y su hermano cuando necesitaban llenar un poco su armario).
Como siempre, volteó hacia la mansión al pasar, y algo en lo que vio la hizo detenerse.
Había camiones en frente del portón, con gente entrando y saliendo continuamente, llevando en sus brazos grandes cajas. La muchacha abrió los ojos de forma exagerada, y su corazón se detuvo por un momento.
—Matt… —volvió a llamar, casi sin aliento—. Se están mudando —continuó, sin mover la vista del hogar—. ¡Se están mudando! —exclamó entonces, su mirada llena de brillo y una sonrisa en sus labios.
Matías se colocó detrás suyo, con expresión de no entender demasiado. No tardó en espabilar, no obstante, en cuanto notó a su hermana encaminándose hacia la construcción.
Incapaz de sujetarla de otro lado, tiró de la capucha del largo buzo negro, obligándola a parar su avance.
Ella lo observó por unos instantes, con esa expresión de ruego que le salía tan bien. Él negó con la cabeza y, empujándola por la cintura, volvió a encaminarla para donde debía.
—Paciencia, Dan —le sonrió mientras la acercaba hacia sí, ella sin poder mirar hacia otro lado que hacia atrás, hacia la enorme morada.
Dana soltó un ¿Quién creés que viva ahí?, que luego dio rienda suelta a muchas suposiciones más.

La chica había llegado a su aula quince minutos antes de que toque el timbre que iniciaba la clase, y no habían pasado un par más cuando escuchó la puerta abrirse nuevamente. A esa hora de la mañana, sólo acostumbraban estar Bruno, ella, y alguna que otra persona más, así que no pudo evitar el dirigir su mirada hacia la puerta. A través de esta pasaron una chica y un chico de su edad, ambos nunca vistos por la muchacha.
A la rubia, por un momento, como había pasado con la casa, se le detuvo la respiración. Entonces, sus ojos brillaron y sus labios se curvaron. Saltó del banco en el que estaba sentada con la energía usual, y pegó un par saltos hasta la gente nueva.
Al joven lo pasó de largo: su mirada estaba centrada en la pequeña chica pelirroja, a quien le extendió la mano para ser estrechada.
—Soy Dana —comenzó, con toda la alegría del mundo en su voz—. Pero decime Dan. Vivo acá, a unas cinco cuadras. Me gustan todos los colores, y toda la música. Tengo cinco hermanos, y mi mejor amigo es el pibe que está sentado allá atrás, Bruno. Yo le digo Bru. —pronunció todo tan rápido como pudo, todas las palabras tropezando entre ellas, cosa de llegar a lo que le importaba con velocidad. Siendo como era, no notó lo anonadada que estaba la desconocida—. ¿Y qué hay de vos? —concluyó, preguntando con esa voz que dejaba en claro que buscaba mil respuestas.
La pelirroja, sin embargo, no hizo más que esconderse detrás de su compañero. Estaba casi temblando cuando tiró del suéter de él, pero eso la muchacha de ojos oscuros no lo registró.
Dana se vio extrañada ante el gesto de la muchacha, pero no llegó a decirle nada cuando el chico se interpuso entre ambas jóvenes, mostrando una expresión cordial.
—Yo me llamo Joaquín —dijo él con voz agradable, casi elegante, a la vez que le daba la mano—. Es un gusto conocerte.
Aquella que jugaba de local le dio un pequeño apretón antes de soltarlo, cosa de costumbre. Lo miró y le sonrió como se le sonríe a cualquier persona que se acaba de conocer, con esa cada de Hola, ¿todo bien? cuya respuesta es una sonrisa igual de cotidiana. Pero eso fue todo. A ella le interesaba otra cosa.
Dana dio un par de pasos más hacia adelante, volviendo en busca de la otra chica, intentando conseguir una respuesta, aunque fuese una sola palabra, de su parte.
—Se llama Caroline —escuchó decir al muchacho, inconsciente de lo que él en realidad quería transmitirle: la quería lejos de su amiga.
La rubia lo observó con aquella ingenuidad que poseía respecto a las indirectas.
—Se lo estaba diciendo a ella —explicó la alta, sin la intención de ofender a nadie. Era simplemente que había creído que el tal Joaquín se había confundido.
—No le gusta hablar —defendió el chico a su compañera, que parecía cada vez más asustada.
La pueblerina, cada vez más confundida, frunció el ceño en señal de poco entendimiento.
—¿Por qué no? —consultó, casi torciendo la cabeza a un lado.
—Porque no —respondió él, casi con ganas de apartar a la muchacha de una vez y preguntar por un lugar que no estuviese ocupado. Era una persona tranquila, pero no le gustaba que metieran la nariz en los asuntos no suyos, sino de su compañera de toda la vida.
Antes de que la chica pudiese retrucarle algo, el profesor de Matemática, tan puntual como siempre, entró al salón junto al sonido de la campana. Bruno entonces avisó a Dana, y esta no tuvo otra opción que ir a su lado.
Sólo en ese instante Joaquín notó que el único lugar libre estaba en frente de aquella compañera de clase tan particular. De aquella loca. Al lado de quien, para peor de los males, se sentaba otro chico. Y si tenía que elegir entre dejarla sentarse delante de una chica extraña o un muchacho, la sentaba igual con la extraña. Y así se ubicaron en sus bancos.
Durante las dos horas siguientes a lo sucedido, Dana se dedicó a llamar en voz baja a Caroline, quien no respondió a sus llamados. Ante esta falta de reacción (que la ingenua consideró cosa de no escucharla y nada más), la rubia acabó por darle un par de toques en la espalda a Joaquín. Éste sí se vio obligado a darse vuelta disimuladamente y soltarle un ¿qué?, al cual le respondió con la pregunta de ¿me la llamás?. Al joven entonces, no le quedó otra que negarle y volver a lo suyo. Sólo el profesor con su reto fue lo que impidió que la joven repitiese el proceso.

A la hora del recreo, Bruno se adelantó a Dana a preguntar si los dos nuevos querían ir con ellos. Esto no había sido un evento al azar: el mejor amigo había notado el interés de la chica en esas dos personas, como también sabía que él resultaba menos agresivo a la hora de hablar y moverse, y quizá así fuese más fácil convencerlos.
Invitó a Joaquín de forma amable, y éste acepto, aunque avisándole antes que su amiga era una chica callada, tímida. El muchacho de ojos verdes rio un poco, quitándole importancia al asunto, y remarcó que a “los pibes” eso no les importaba.
Dana llamó a Damián, que había llegado tan tarde como acostumbrado, y juntos fueron hacia el patio. Durante el corto trayecto hasta su árbol preferido, la joven se contuvo de cualquier tipo de comentario, sólo porque su compañero de banco había insistido en que se comportase tan tranquilamente como le fuese posible, de otra forma, espantaría al a la pelirroja. Y lo último que ella quería era que eso sucediera.
Cuando llegaron al punto de encuentro, ya había dos chicos allí sentados, que los recibieron con una gran sonrisa. Bruno y Damián se sentaron, pero Dana se mantuvo parada, y los otros dos no sabían si imitarla a ella o hacer como el resto.
—Éste —empezó Dana señalando a Bruno—, es Bru. El de al lado es Dami, o Damita, y esos dos —señaló a su hermano y al muchacho de cabellos castaños revueltos—, son los m y m: Marcu y Matt.
Satisfecha, la muchacha miró a los recién llegados con la más amplia expresión de alegría, obteniendo como respuesta un par de miradas de confusión.
El hermano de la locutora se levantó de su lugar y negó con la cabeza levemente.
—Disculpen a mi hermana —dijo con gracia y sinceridad a la vez—. Está un poco loca —y sonrió—. Yo soy Matías, el chico de mi curso es Marcos. Bruno y Damián, en cambio, están con ustedes, ¿no? —añadió entonces, siempre con voz tranquilizadora y hablándole a Joaquín. Le extendió la mano y el otro la aceptó, murmurando un saludo.
Entonces sí se giró hacia la petisa, quien lo miró con sorpresa. Así como ella no pudo evitar pensar en lo lindo que era, con sus cabellos dorados cortos y sus ojos negros, con su sonrisa que marcaba hoyuelos en su rostro; él tuvo que reparar en aquellos hermosos ojos celestes, claros como el cristal, grandes y atentos, en los montones de pecas que recorrían sus mejillas, y en la forma en la que la chica apretaba los labios carmesí, señal de timidez.
Matías le extendió la mano a Caroline, y esta, con una gran lentitud en su movimiento, la tomó. Sus miradas se mantuvieron conectadas por segundos que parecieron eternos, y Joaquín tuvo que carraspear para que se separaran.
El recreo pasó con todo el mundo sentado en círculo, sonriendo y charlando sin importar nada. Incluso Joaquín y Caroline, el primero habiendo hablado más con Bruno que con otro, y la segunda apenas habiendo pronunciado un par de palabras en esos quince minutos, sintieron la calidez que emanaba ese grupo.

A pesar del par de locuras que salían de los labios de la loca (en cierto momento, incluso, esta había comenzado a cantar canciones a gritos, su mejor amigo haciéndole el coro) y que no dudaba de que le traería cantidad de problemas, Joaquín pensó que ella era, como dicen algunos, un mal necesario.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Premio!

Estoy felíz de anunciar que este blog nuestro volvió a recibir un premio, a pesar de que nuestra historia aun está comenzando.



  • Agradecer el premio a la persona que te lo concedió.
  • Incluir el enlace a su blog.
  • Seleccionar 15 blogs que hayas descubierto recientemente o que sigas con regularidad.
  • Contar 7 cosas acerca de ti.
  • El premio se lo debemos a Shenia, del blog El Bosque Ilusorio, y no vamos a nominar a nadie porque, la verdad, hace un montón que no leo blogs nuevos (debería), y que no leo blogs en general (más que nada, porque acabo de volver de un viaje del cual mi cabecita aun no volvió. Pido disculpas a aquellos blogs que sigo).
    Las siete cosas son:

    De Mio:
    -Soy una chica muy dormilona, pero suelo por las noches adquirir una energia que no creia que iba a tener.
    -Soy una apasionada de la pintura (Como Trev) porque es lo que más amo.
    -Cuando era muy chica no me daban miedo ningún tipo de insecto peligroso y solia agarrar arañas con la mano.
    -Este gusto por la escritura me lo dio alguien a quien amo mucho porque me pidió que le hiciera una historia hace ya mucho (Esa es mi primera novela completa).
    -Tengo una obsesión con leer libros de ficción basados en eventos reales (Mi favorito hasta ahora cien años de soledad de García Márquez).
    -Creo mucho en las supersticiones y en los espíritus, por esa razón siempre me molestan pasándome la sal en la mano o asustándome con historias de terror.
    -Hace poco se me pego la mania de cantar en cualquier lado, aunque me piden que me calle, pero me resulta tan divertido que incluso canto más fuerte.

    De Kuroneko:
    -Soy tímida, pero muy directa al hablar.
    -Tengo una amiga que quiere pegarme cada vez que digo la frase "todos somos lindos", pero es que lo creo así.
    -Sueño con irme a vivir al sur de mi país cuando crezca, ya sea por la gente o por el paisaje.
    -Adopté la costumbre de decir cosas como "qué linda" de mi mejor amiga.
    -Últimamente tengo la necesidad de escuchar música, pero como no estoy acostumbrada a hacerlo, no sé qué escuchar.
    -Si me pagaran por cada vez que me caigo, sería millonaria.
    -Soy de esa gente que cree en la trillada frase de que el amor es lo que hace que la humanidad siga existiendo.

    Y nada más, creo. ¡Nos vemos el Lunes! 

    lunes, 2 de septiembre de 2013

    Capítulo 4 - Carol

    Al día siguiente despertaron juntos, ya que habían dormido en la misma cama. Ambos estaban todavía algo tristes.
    —¿Querés que hoy salgamos a dar un paseo? —preguntó Joaco, intentando ponerse su camisa.
    Carol, que seguía acostada, dándole la espalda, sólo se movió, quejándose un poco. Era temprano para ella, pero tenía el sueño ligero y al sentirlo, se despertó.
    —Dale, Carol. Te busco a las dos —dijo moviéndola un poco y luego salió por la ventana para cruzar a su casa por el árbol. Lo había hecho ya tantas veces que lo hacía muy rápido.
    Ella se sentó en su cama y miró el reloj vagamente.
    12:30… ¿Por qué tan temprano? Pensó al levantarse.
    Se paró frente al gran espejo, que era la puerta del placard. Su silueta era perfecta, de aquellas que no eran ni muy pronunciadas, ni nulas. Su cara encajaba con el largo de su pelo, que le sobrepasaba la cintura.
    Me sacó el buzo… debí haber tenido calor o tal vez él lo tenía, también se quitó la camisa.
    Deslizó la puerta para ver qué se pondría antes de darse una ducha, que ella veía como reparadoras. Sacó un pantalón blanco y lo tiró sobre la cama.
    Abrió uno de los cajones que tenía a su izquierda y revisó cada remera. Al final se decidió por una negra ajustada que tenía un gato blanco dibujado, que también tiró en la cama. Luego cerró esa puerta y arrastró la que estaba junto. Entonces vio un vestido negro que colgaba justo delante de todos sus buzos.
    Esto no es mío ¿Quién lo habra puesto acá ?... Una parte de ella quiso tomarlo, pero otra no quiso ni mirarlo.
    Lo tomó, peleando consigo misma. Un papelito cayó al piso. Extrañada, lo alzó.
    Por una carrera perfecta… Papá, leyó.
    ¿Qué significa esto? Un regalo, pero ¿Por qué?
    Bajó corriendo sin pensarlo, con el vestido en la mano.
    —¡Mamá! —gritó Carol.
    Estaba extrañamente feliz.
    —¿Qué pasa? —preguntó su madre desde la cocina, sin haberse dado cuenta de que era Carol. En cuanto ella entró en la cocina su madre se sorprendió—. ¿Qué hacés despierta a esta hora? —indagó atónita.
    Pero no recibió respuesta de su hija.
    —¡¿Dónde está papá?! —exclamó desesperada, mostrando el hermoso vestido.
    —Se fue esta mañana, no los quiso despertar y lo dejó colgado —La mujer estaba algo confundida.
    Carol bajó el vestido suavemente y se pudo ver su cara de desilusión.
    —¿Cuándo vuelve? —preguntó con su tono neutro.
    —El lunes a la mañana —contestó acercándose a ella. Tomó el vestido al llegar—.Muy lindo, ¿no? —dijo.
    Carol la miró sonriendo y a asintió con la cabeza.
    —¿Hoy hacés algo con Joaquín? —preguntó feliz y remarcó el vestido. Quería que ella lo usara.
    —Sí, pero no me animo… —dijo bajando cada vez más su tono de voz.
    Su madre la miró en forma de reproche, no le gustaba que ella hiciera ese tipo de cosas. Pero la besó en la frente y le dio el vestido. Ella corrió arriba y luego de dejar rápidamente el vestido en la silla del escritorio se metió al baño.
    Diez minutos después estaba en su cuarto vistiéndose. Se paró frente al espejo y vio de manera distorsionada lo que era.
    Estoy gorda… tal vez la natación no sirve tanto como me dijo el médico. Debería… Y la imagen del vestido colgado en la silla la distrajo.
    Se volteó y sonrió por todo lo que representaba el mismo. Se acercó al vestido y se lo puso. Cuando se vio se sintió en paz.
    Era mangas largas y le tapaban la mitad de las manos. Tenía el corte en la cintura de la cual salía la falda que estaba algo levantada y era plisada. Pero no podía, algo la detenía y ella no poseía el valor suficiente para enfrentarlo así que volvió a ponerse lo que había separado antes.
    En cuanto se puso unos zapatitos rojos escucho el timbre. Bajó corriendo.
    —¡Yo atiendo! —gritó feliz, como muy pocas veces hacía.
    En cuanto abrió la puerta,  Joaco la abrazó. Ella rio y besó su mejilla. Se separaron.
    —¿Nos vamos? —preguntó él, asomándose por la puerta.
    —Sí, claro. Pero… ¿Qué buscás? —Preguntó extrañada. Él solía estar muy apurado como para entrar.
    —Quiero saludar a tu familia —contestó, tomándola de la mano. Entraron y Carol cerró la puerta.
    Entonces cuando vio la cara de Joaco reflejada en el espejo (que estaba sobre un mueble, junto a la puerta) que inspiraba tristeza, se dio cuenta.
    Lo hace porque quiere despedirse… si supiera que a ellos no les duele tanto. Son adultos que solucionan todo diciendo que los visitaremos y Trevor ni le habla, pero él siempre fue así y no lo veo siendo de otra forma.
     La voz de su madre la trajo a la realidad.
    —¡Hola, Joaquín! —exclamó feliz. Hacía mucho tiempo que él no se pasaba por la sala.
    —Hola señora Grey —dijo muy formalmente.
    Trevor, que había estado almorzando en silencio, sólo lo miró con una mueca que simulaba ser una sonrisa.
    —No seas irrespetuoso —dijo la madre de Carol, furiosa.
    —Hola, Joaco —su tono fue cordial y sincero. Continúo comiendo.
    —¿Se quedan a comer? —preguntó mostrando el platón de milanesas.
    —No, gracias… —negó Joaco con una gran sonrisa.
    —Es hora de irnos, mamá —concluyó Carol muy contenta.
    Joaco y Carol se despidieron. Entonces salieron rápidamente. Caminaron de la mano, como siempre, hasta la estación del tranvía. Cada uno pago su boleto esta vez y ambos buscaron un par de asientos.
    Luego de varias paradas recién pudieron sentarse en el medio. Carol tomó el de la ventana y Joaco se acomodó junto a ella. El viaje era más lejos esta vez ya que el centro de la gran ciudad en donde vivían estaba a media hora de sus casas, así que él había traído algo de comer.
    —Tomá, llená tu estomago —jugueteó con la factura unos segundos frente al rostro de ella.
    —No jugués con la comida. No seás un niño —dijo riéndose mientras sujetaba la factura.
    —Soy un niño —contestó Joaco al mismo tiempo que usaba de bigote una medialuna—. Señorita Caroline, qué flacura la suya, demando que me devore sin piedad —fingió la voz chistosa y arruinada de un anciano.
    Carol soltó una tierna risita tímida, que apenas se escuchaba. En cuanto terminaron cada factura fue el tiempo de bajarse.
    Era un verano muy caluroso. Se notaba porque era sábado y no había mucha gente en las calles. Caminaron varias cuadras hasta el cine antiguo y entraron a ver una película de esas viejas. Películas que poca gente veía, pero como el lugar era de personas con mucha plata lo mantenían por diversión.
      Eran las cinco de la tarde cuando ellos se dirigían a una heladería muy famosa, que estaba a pocas cuadras. Al llegar había poca gente así que salieron rápido. Disfrutaron de los helados mientras caminaban hasta la estación. El habitual bullicio de las calles se había convertido en tranquilidad que ellos rompían con sus charlas triviales acerca de las cosas que sucedían en sus casas.
    Terminaron el helado justo a tiempo para subir al tranvía. Una vez tuvieron los boletos se sentaron ya que había dos o tres personas.
    —Ché —la llamó algo triste.
    —¿Qué pasa? —y lo miró. Estaba algo preocupada por lo que sabía que Joaco seguía triste y no se le pasaría jamás.
    —Nada… —suspiró, porque ya no quería explicarlo más.
    Joaco la abrazó por unos segundos y al separarse le sonrió.
    Ellos no querían aceptarlo todavía, pero solo faltaba un día, ya que se iría el lunes por la noche. No tenían nada de tiempo y les dolía muchísimo.
    Llegaron a la estación de su barrio y con melancolía caminaron hacía sus casas. Estaban tomados de las manos con fuerza: en su interior,  gritaban por la separación.
    —Nos vemos esta noche —dijo Joaco mientras la dejaba en la puerta de su casa. La besó en la mejilla y se fue.
    Ya sabía la respuesta.
    El lunes llego más rápido de lo que ellos hubieran querido…
    Volvieron del colegio como lo hacían siempre, pero esta vez caminaban más lento de lo común. No querían llegar nunca.
    Estaban llegando a la esquina de su cuadra cuando vieron dos camiones grandes. Una puntada los sorprendió a ambos. Cada paso que daban era pesado, pero llegaron más rápido que siempre.
    Pero algo era raro: las puertas de ambas casas estaban abiertas de par en par. Carol vio que su mamá le hacía señas. Corrió a ella.
     —Hola, bebé —y la besó en la frente—. Necesito que subas y te hagas un bolso —dijo algo estresada.
    —¿Qué pasó? —preguntó Carol, sin poder entender lo que ella antes le había dicho.
    —Tu padre olvidó que nos teníamos que mudar. Lo transfirieron o algo así y nos vamos al campo —dijo molesta. No le gustaban las sorpresas. Entró susurrando lo que el padre había estado haciendo el fin de semana.
    Carol volteó para mirar a Joaco y le sonrió. Él no entendió nada por primera vez.
    —¡Nos vemos en un ratito! —gritó feliz y entró.
    Joaco entonces lo notó y gritó de felicidad. No se separaría de la única a la que quería, era su hermana.

    lunes, 19 de agosto de 2013

    Capítulo 3 - Dana

    El viernes fue un día común para Dana, con todos aquellos momentos simples que la hacían ser felíz. La diferencia era que aquel día empezaba el fin de semana, así que tenía permitido ir a la casa de Bruno a pasar la tarde, cenar, e incluso quedarse a dormir. Su mochila aquellos días tenía en su interior un cambio de ropa para jugar fútbol al día siguiente, una costumbre de “los pibes”.
    A la salida del colegio intercambiaron muchas bromas, codazos y cosquillas, pero hubo una frase que Dana aprovechaba para decir a la mínima oportunidad que tenía.
    —¡Ahí va Camila! —exclamó, y el muchacho no supo si creerle o no. Su amiga, después de todo, tenía por costumbre molestarlo con el asunto.
    No obstante, el chico se arriesgó a darse vuelta y la vio: acompañada por su grupo de amigas, una rubia de gestos elegantes pero simpáticos pasó cerca, sin percatarse de que la estaban mirando.
    El joven se quedó en otro mundo por un rato, del cual lo sacó la estruendosa risa de su compañera, a quien mandó a callar a pesar de la sonrisa en su expresión.

    Al llegar, los recibió la dueña de la casa: una amable mujer de la cual Bruno había heredado todos los rasgos del rostro, hasta las pocas pecas que había en sus mejillas.
    Siguieron la rutina: almorzaron, tomaron unas galletitas (aquellas que Liliana, la madre del chico, preparaba especialmente para las visitas de la joven) y subieron a la habitación. Fue el chico quien prendió la computadora, pero ella quien se sentó en el lugar privilegiado, más que dispuesta a revisar por enésima vez los archivos de su mejor amigo, en busca de algo entretenido para hacer.
    Lo que más le agradaba de su compañero de aventuras era que, si bien le brillaban los ojos al mirar a la muchacha de la división “B” (el curso contiguo al suyo, siendo ellos ambos de primero A), no se la pasaba buscando y mirando chicas. Porque si bien a ella no le irritaban muchas cosas (y entre ellas no estaba un mero tema de conversación), cuando las charlas se tornaban monótonas e incomprensibles para sus oídos, ella cambiaba el tema, fuese cual fuese el anterior. Y era lo que solía pasar cuando había chicas de por medio.

    —¿Alguna vez pensaste —comenzó a decir él en determinado momento, y la chica dejó de tararear la banda sonora del juego, sin quitar la vista de la pantalla— en la casa de en frente?
    Dana pausó el juego. Lo miró, dedicándole una sonrisa.
    —¿En qué habrá dentro? —preguntó con mirada cómplice, intuyendo los pensamientos de su interlocutor.
    —O en por qué nadie la habita —y cuando dijo esto, la muchacha compartió la misma exacta mirada con él previa a guardar el juego.
    Antes de que hubiese llegado a suspender la máquina, Bruno ya estaba en la puerta. Pero ella tenía otro plan. El escritorio estaba justo al lado de la ventana, así que le tomó un segundo a la muchacha tomar carrera y saltar por ésta al jardín trasero. La casa era de piso simple, por lo que la ventana estaba sólo a metro y algo del piso, y ella no encontró ningún obstáculo ni razón para no hacerlo.
    Él sólo rio y, cuando apareció la cabeza de Dana diciendo ¿venís? por el marco, le hizo señal de que se corriera, y la imitó.
    El patio del chico era pequeño, y se conectaba con el (aún más pequeño) jardín que tenía al frente el hogar. Cruzaron esa pequeña conexión y saltaron por encima de la valla, siempre al mismo tiempo y tomando carrera, cosa de competir. Dana ganó, como siempre, y no perdió la oportunidad de reírse de su amigo.
    Sólo tuvieron que cruzar la calle (ni siquiera miraron antes de cruzar, en aquel pueblucho no había casi vehículos): Bruno vivía justo en frente de Dana y, por lo tanto, de la enorme mansión que estaba al lado de ésta.
    La desilusión se la llevaron cuando se dieron cuenta de que el portón de hierro estaba fuertemente cerrado. La joven pensó en escalarlo (era incluso más alto que ella, y presentaría una dificultad, pero a ella le encantaban los desafíos), mas luego pensó que su compañero quizá no pudiese seguirla.
    Él se la quedó observando, sin entender por qué ella se había quedado estancada con los barrotes entre las manos.
    —¿Qué pasa? —inquirió, sorprendido por lo estático de la muchacha.
    —Que no creo que podamos pasar al otro lado —respondió ella suspirando, soltando la verja y dando un par de pasos hacia atrás.
    Bruno la codeó.
    —Vos podés, seguro —la animó, sabiendo que lo que ella más deseaba en el mundo era saber qué había detrás de aquellas altas paredes.
    Ella, sin embargo, le sonrió, con aquella sonrisa tan auténtica y sencilla.
    —Pero vos no —y cuando vio que el chico abría la boca, chasqueó la lengua—. Y yo no voy a ningún lado sin mi compañerito de aventuras, Bru Bru. Ni en joda.
    El joven rio un poco, y su amiga le pasó el brazo por detrás del cuello.
    —La siguiente aventura que propongo, joven Bruno —añadió ella, mientras lo acercaba a sí—, es una que ni el hombre más valiente podría rechazar.
    —¿Y esa cuál es, señorita Dana? —curioseó el con diversión, a pesar de saber de memoria la respuesta.
    —Una travesía hacia la heladería de la cuadra de al lado —y en cuanto dijo esto, echó a correr—. ¡El que llega último paga!
    Bruno tardó un poco en reaccionar, pero acabó por disparar tras ella en cuanto pudo. De todas formas, agradeció mucho el siempre llevar consigo algo de dinero, porque el historial aseguraba en un cien por ciento que él perdería.
    Ella, por su parte, hizo un deseo mientras cerraba los ojos y dejaba que el viento le pegase de lleno en la cara, y se enorgulleció de su pelo corto, que nunca se le metía de por medio en aquellos momentos. Mientas sus pies hacían poco y nada de contacto con el suelo, y Dana podía imaginarse a sí misma con un par de alas en la espalda, pidió que alguien, por el motivo que fuera, ocupara la casa. Y si ese alguien era una chica… se prometió a sí misma, y al Destino, que si eso pasaba, entonces daría lo mejor de sí para hacerse amiga; que no perdería aquella oportunidad por nada del mundo.