Carol, que estaba tan desconcertada como
nerviosa, se sentó en la cama de aquella chica tan bonita y bajó la vista al
piso.
Él me mira desde una
silla muy cercana, no puedo ni siquiera mirarlo sin que mi corazón lata
desenfrenadamente…
—¿Qué te pareció el partido? —preguntó el rubio
de ojos tan oscuros como dos ópalos.
—Juegan todos muy bien —contestó en voz baja
intentando vigilar los movimientos de él.
Matt se acomodó, luego de unos minutos de
silencio, junto a ella. Comenzó a mirar el piso, imitando los movimientos que
ella hacía. Se quedó unos minutos colgado en los pies de Carol que se movían
incesantemente, de repente la chiquilla de ojo celestes dio un pequeño salto y
lo miró de golpe (no aguantó la presión).
—¿Puedo confiar en ustedes? —dijo rápido, sin
titubear porque era la pregunta que más la atormentaba.
Él la miró anonadado por uno minutos y luego
comprendió no solo lo que ella preguntaba, sino que entendió la razón, recién
aquella vez, de que fuera tan callada. Sonrió y luego de afirmar su duda besó
con una ternura tímida la mejilla de la pequeña pecosa, la cual se sonrojó al
instante porque aquel beso tenía un cariño que aun nadie meditaba.
Rápidamente el rubio de piel blanquecina se
recostó a las espaldas de Carol llevándose las manos detrás de su cabeza. Ambos
dirigieron sus ojos a puntos opuestos de la habitación, quedándose en un
silencio que no duró mucho porque la chica de grandes ojos negros llegaba con
una sonrisa radiante a la habitación. La cual tampoco notó la tención dulce que
pobló la misma y se escapó en cuanto ella se tiró junto a Carol y comenzó a
hablarle sin respiro.
Unos minutos después sonó el timbre, con una
fuerza y tono tan particular que Carol supo en un instante quien era. Sonrió.
—¡Yo voy! —gritó Dan rápidamente como si peleara
por quien iba a ir, pero los otros dos individuos ni siquiera se habían movido.
Salió corriendo de la habitación con una
alegría inimaginable.
—Es Joaco… —dijo con una sonrisa tímida, que
apenas se hiso visible. Estaba aliviada, no por el hecho de que no la pasaba
mal con ellos sino porque con él venían las demás personas en las que confiaba
ciegamente.
—¿Son grandes amigos? —preguntó Matt volviendo
a la escena. Se reincorporó junto a Carol quien se tapó rápidamente la boca.
Me había olvidado que
él estaba aquí.
Lo miró con calma en cuanto él ya estaba bien
sentado.
—Somos como hermanos —contestó con ternura. Una
ternura que provocó un diminuto sentimiento de incomodidad en aquel rubio.
Se levantó dando un gran salto, que por
supuesto sorprendió a Carol. Él comenzó a caminar hacía la puerta, tenía el
presentimiento de estar demás, pero no pudo seguir avanzando ya que la pequeña
pelirroja lo sujeto levemente de la remera.
—¿Qué sucede? —preguntó atónito mientras se
volteaba a verla.
—No te vayas —dijo casi entre sollozos y
mirándolo suplicante. Era la primera vez que era capaz de hacer ese tipo de
cosas.
Él sonrió y volvió a sentarse junto a ella. Se
miraron embelesados en los ojos del otro, comenzaron a pensar en cosas
prohibidas, cosas que podían compartir. Un
beso. Pensó de inmediato cuando notó como él comenzaba a acercarse, paso su
mano por delante de ella sujetando la mano de la chiquilla, que no se soltaba
de la colcha. Sus corazones latían muy velozmente cuando sus narices se
rozaron, pero de repente la fantasía se esfumó porque se escucharon los pasos
de muchas personas que provenían del pasillo. Era más que obvio quienes eran y
a donde se dirigían. Matt rápidamente se tiró sobre la cama y se llevó los
brazos detrás de la cabeza. Carol lo miró atónita y rio por lo bajo, al
instante entraron los demás riendo a carcajadas por el golpe que Trevor se
había dado al entrar. No solo eran los hermanos vecinos y el hermanastro de la
pecosa, si no que Bru, Marc y Dami también habían llegado.
—¿Esta durmiendo? —preguntó el chico morocho de
ojos azules (Marc) a Carol que aún seguía perdida por la reacción de Matt.
—No lo sé… creo que sí —y se volteó para
mirarlo. Posó una mano sobre el vientre del rubio y lo sacudió levemente.
—Matt… ias —dijo ella dudando de como llamarlo en voz alta.
Él simuló despertar con pereza, pero al
instante se levantó de un salto y todos se sentaron en ronda sobre el piso
hasta Carol quien no estaba muy convencida de hacerlo.
No era noche, pero el sol comenzaba a
esconderse en el horizonte. Y Carol quien era la más sensible al frio comenzó a
temblar porque con solo un busito de lana no le alcanzaba. Los demás, quienes
ya habiendo pasado una hora habían comenzado a jugar a cosas carentes de
sentido, ni siquiera lo notaron.
Mientras todos reían por las prendas que Dan
imponía a un juego de cartas inventados, Carol no podía dejar de pensar en el
pasado. Uno que comparaba con este momento porque ella admitía que en muchas
ocasiones la pasaba realmente bien con aquellas personas que luego de la nada
la habían lastimado tanto. Pero en un instante aquello se volvió secundario
porque muy en el fondo sentía que la rubia tan hermosa, por la cual había empezado
a tener una fascinación, era de mucha confianza al igual que lo era Joaco.
En la distracción de Carol todos habían
comenzado a jugar otra vez y ella sin noción del juego había perdido.
—¡Perdió! —reaccionaron como habían hecho con
todos.
Al instante miraron a Dan quien iba a dictar el
veredicto final, la cual tenía una cara de concentración intensa. Entonces lo
decidió.
—Un beso —dijo señalándola con firmeza.
Todos la miraron sorprendidos y no porque les
sorprendió lo que había elegido, porque tal vez era más que obvio, si no que se
sintieron algo enojados ya que ellos habían tenido que hacer cosas mucho más
vergonzosas. Pero lo que ellos no sabían era que aquella prenda que les pareció
tan insignificante para Carol era todo lo contrario, era la que más vergüenza
le daba. Y el solo hecho de pensar en lo que había pasado unas horas atrás hacía
que su corazón se volviera loco.
Se acercó a ella lentamente se arrodilló junto
a Dan y la miró ruborizada. La rubia colocó la mejilla más cerca de Carol como
si le estuviera dando un permiso que la pequeña no estaba pidiendo. Solamente
dudaba, pero lo hizo posó dulcemente sus labios sobre la mejilla de Dan.
No duró mucho, pero fue todo lo que Dan
imaginó. En cuanto Carol se sentó nuevamente en su lugar pudo ver la gigantesca
sonrisa que tenía la hermosa rubia de ojos negros.
La luna se veía en el cielo cuando todos
decidieron irse y aunque Dan le insistió mil veces a Carol no pudo lograr que
se quedara a dormir. No era que Carol no quería sino que su padre no la dejaría
a menos que conociera a la familia, eso la entristeció mucho. Dan y Matt
acompañaron a sus invitados hasta la puerta donde se despidieron de todos
comúnmente, excepto Dan quien abrazó muy fuerte a Carol.
Al día siguiente fue domingo. En ese pueblito,
el cual tenía un ritmo muy diferente a las demás ciudades, se sacaba la basura
lo domingos bien temprano ya que mientras todos almorzaban se recogían los
desechos. Esta vez era el turno de Joaco así que se levantó temprano para
hacerlo. Cuando salió a la calle notó lo desolado que era aquel grupo de
cuadras, de repente oyó la voz de Dan, la chica que para él era perfecta. Al
instante en que dejó las bolsas en la vereda vio como Matt salía para hacer lo
mismo que él, en compañía de su hermana, la cual era tan idéntica al hermano.
Dan notó la presencia de Joaco y corrió a
saludarlo, no solo por querer ser cortes sino para preguntarle sobre Carol.
Matt entró luego de gritarle desde donde estaba parado.
—Hola Joaco —dijo Dan alegre, como siempre.
—Hola Dan —contestó Joaco algo nervioso, por
primera vez.
—¿Carol esta despierta? —preguntó mirando la
casa a través de la puerta.
—No ella sigue durmiendo ¿Tú… que haces
despierta? —preguntó algo intrigado ya que parecía que su hermano sacaba la
basura y ella solo revoloteaba a su lado.